Una constante en la Revolución mexicana fueron las traiciones: por ejemplo, Francisco I. Madero traicionó las aspiraciones de Emiliano Zapata y luego Victoriano Huerta traicionó a Madero; pero Venustiano Carranza traicionó a Pancho Villa, a la Convención de Aguascalientes y a Álvaro Obregón, y esta última traición le costó la vida. Habría que añadir que Carranza traicionó a todos los mexicanos al conseguir el apoyo de los estadounidenses para llegar a la presidencia, y traicionó a los campesinos al mandar matar a Zapata.
Ya en 1909, antes de que iniciara la lucha armada contra el dictador Porfirio, en su calidad de senador federal, Venustiano Carranza le escribió a éste acerca de que se había esforzado para quitarle el cargo de representante de los usuarios del río Nazas a Francisco I. Madero, quien entonces era famoso en el plano nacional por haber empezado a difundir a fines de 1908 su libro La sucesión presidencial en 1910. Con esto, Venustiano quería atraerse el favor del dictador. Afirmaba que, desprovisto de dicha representación, Madero no podría agregar otro elemento a la campaña que tenía emprendida contra el gobierno de Díaz, y continuaba: “Espero que esta labor será de la respetable aprobación de usted, a la vez que servirá de prueba de mi invariable adhesión a la buena marcha de su gobierno, hoy criticado por persona de ninguna significación política”, esto último como clara referencia a Madero. La carta de Carranza a Díaz culminaba con estas palabras: “Reitero a usted las seguridades de mi particular aprecio e incondicional adhesión”.
Venustiano promulgó la Constitución de 1917, en cuyas líneas iniciales se hace llamar Primer Jefe, cargo inexistente en las leyes mexicanas.
¡Revolución que transa es revolución perdida!
Por supuesto, no todo fue malo en el actuar de Venustiano. De hecho, no existe ninguna persona ni situación completamente buena o completamente mala, y a él se debe una actitud más cauta, al mismo tiempo que radical, cuando todo estaba saliendo a pedir de boca a inicios de la Revolución.
Sucedió que Villa, Orozco y José de la Luz Blanco habían tomado Ciudad Juárez, desobedeciendo la orden de Francisco Madero de que debían seguir al sur y olvidarse de una ciudad fronteriza que, en su opinión, de poco podía servir a la causa revolucionaria.
Madero perdonó a los insubordinados y entró en la ciudad conquistada. Ese mismo día nombró ahí autoridades civiles y militares. A Venustiano Carranza se le eligió formalmente como secretario de Guerra y Marina.
Ante la aplastante realidad, el 12 de mayo Porfirio Díaz decretó un armisticio y, en las pláticas en la aduana de Ciudad Juárez, elegida como cuartel general por los revolucionarios, Carranza fue muy enfático ante Madero y el primo de éste, Rafael Hernández, representante de Díaz, al mencionar que la Revolución era asunto de principios, no de obtener a como diera lugar puestos públicos. Lo fundamental en esos momentos era que se cumpliera la voluntad del pueblo. Por ello la victoria de los revolucionarios debía ser completa, de modo que ahora lo razonable era pedir una rendición incondicional del régimen.
Así que terminó por expresar tajantemente:
–Nosotros no queremos ministros ni gobernadores, sino que se cumpla la soberana voluntad de la nación. Con las renuncias de Díaz y Corral, quedarán sus amigos en el poder, quedará el sistema corrompido que hoy combatimos. El interinato será una prolongación viciosa, anémica y estéril de la dictadura. Al lado de esa rama podrida, el elemento sano se contaminará. Sobrevendrán días de luto y miseria para la República y el pueblo nos maldecirá, por un humanismo enfermizo. Por ahorrar unas cuantas gotas de sangre culpable, habremos malogrado el resultado de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios. ¡Revolución que transa es revolución perdida!
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