Amor, chocolates y un crimen

Éste es el primer tomo de la Serie Camille: Secretos Corporativos, en que la protagonista es una joven activista francesa con un alto sentido de la justicia que, cansada de ver cómo las grandes tiendas se llenan de productos en cuyo proceso de fabricación hay abusos de todo tipo, decide dedicar su tiempo y energías a investigar y exhibir esos delitos, con ayuda de su marido, un rico hombre de negocios.

Les comparto este fragmento de la primera parte:

En una aldea de Burkina Faso, los pequeños Alasane y su hermano Idris fueron escogidos por uno de los enganchadores de las plantaciones de cacao. Pasaba por el camino en una camioneta enlodada cuando vio a los jovencitos. Entonces buscó la choza de su padre y le dijo:

—Oye, viejo, ¿tus hijos van a la escuela?

El delgado hombre, que tomaba el sol junto a su anciana madre, también muy consumida debido a la falta de comida, sonrió dulcemente y respondió:

—No, forastero, no hay dinero para enviarlos.

—¿Y trabajan?

La anciana respondió por él, de manera tajante:

—¡No, señor, aquí está prohibido el trabajo infantil!

El extraño replicó:

—Pero aquí, igual que en Sierra Leona y en todos lados, a los niños se les pone a trabajar… o se les vende como trabajadores, para que ayuden en algo a su familia.

—Pero muchas veces ya no vuelve una a ver a sus nietos o a sus hijos —respondió la mujer, más airada ahora.

—No se enoje y, miren… Llevo prisa ahora, pero quiero ofrecerles esto —sacó de su sucia camisa un par de billetes—. Les doy esto por sus dos hombrecitos, y les aseguró que ellos tendrán un futuro.

Al ver que los ojos hundidos de su hijo se iluminaron ante la vista del dinero: la anciana le susurró al oído:

—No estoy segura de esto. ¿Pregúntales en qué los van a emplear?

—Oiga —dijo el padre estirando ya una de sus delgadas manos hacia los billetes—, no los van a meter a una milicia o algo así, ¿verdad?

—No, señor, ¿cómo cree? Nosotros somos trabajadores. ¡Tenga, agarre bien el dinero!

El hombre obedeció y llamó a sus muchachos, que iban a empezar a jugar futbol con un balón hecho con cámaras rotas de llantas de bicicleta. De madrugada los dos hermanos iban camino a Costa de Marfil en un autobús anaranjado, junto a muchos otros pequeños y adolescentes, que ocupaban todos los asientos y llevaban en sus caras el miedo y a la vez la esperanza.

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