El slam, palabra inglesa que significa “golpe”, es una danza de catarsis, es decir, de vómito emocional; es desmadre controlado, mandar al Diablo el estrés; es gozo, es volverse uno con la comunidad tribal de los rockeros, como recuerdo vivo de las primeras poblaciones humanas, que alrededor del fuego y al ruido de tambores, festejaban la vida, la unidad y a sus dioses. Y ahora estos dioses son los rockstars.
Estamos acostumbrados a ver bailar slam a los chavos en el rock, metal o hardcore, empujándose sin deseo de causar daño, saltando de gusto, enfureciéndose contra un enemigo invisible; ¿por las broncas en el trabajo tal vez o por las competencias por el corazón de una chava?
Pero este tipo de baile pelea es propio también del ska y el grunge, entre otros ritmos. Se inició quizá por la iniciativa de Sid Vicious, el bajista de la banda de punk de los Sex Pistols, quien murió a los 21 años por sobredosis de heroína.
Resulta que en una ocasión en que actuó la banda a la que más adelante pertenecería, Sid encabezó la locura brincando y empujando a los demás espectadores, pues no alcanzaba a ver a los músicos que estaban al ras del piso.
Hay algunas variaciones, como el Death Wall, en que dos grupos de danzantes chocan entre sí, como en una batalla.
También pueden dar vueltas en círculos y los participantes son libres de abandonar cuando lo consideren necesario.
Cualquiera se puede integrar en cuanto lo decida y se procura respetar a los caídos y a los más débiles, como mujeres y niños cuando se animan a hacer un slam mixto, pues puede ser sólo de mujeres o sólo de pequeños.
RECUERDA, EL ROCK ES SALUD. ¡DI NO A LAS DROGAS!