Juan Sánchez Andraka, su biografía en su propia voz. Primera parte

En el año 2000 viajé al estado de Guerrero para charlar con el escritor Juan Sánchez Andraka. Yo tenía entonces un equipo de trabajo para llevar adelante el proyecto de revista cultural El Perfil de la Raza, en cuyo consejo editorial figuraba Miguel León Portilla; además nos apoyarían la sexóloga española Anabel Ochoa y el periodista Francisco Huerta. Mi deseo era entrevistar a Sánchez Andraka e invitarlo a escribir para la revista, así que pedí a uno de mis colaboradores que lo contactara. Pero además deseaba que el autor guerrerense leyera mi primera novela, que terminaría llamándose Una generación perdida, y que me hiciera el honor de escribir el prólogo. Finalmente, obtuve ambas cosas. La invitación que le envié por medio del fotógrafo de mi equipo coincidió con el hecho de que empresarios y gobierno de la entidad habían invitado a periodistas de diferentes medios para recorrer durante dos días el área norte de aquel estado para difundir un corredor turístico que abarcaba la zona en que Sánchez Andraka habitualmente se movía en ese entonces. A continuación, transcribo parte de ese encuentro.

Primera parte

En que Sánchez Andraka nos habla de la manera tan singular en que escribió Un mexicano más, de quién inspiró al personaje de Concha, que aparece en varios de sus libros como el gran amor del protagonista, y de quién era doña Tonchi, otro personaje habitual en sus novelas; además, nos cuenta una curiosidad acerca de su segundo apellido, entre otros temas de sumo interés para todo verdadero admirador de este gran escritor mexicano y de su obra.

Tixtla, Guerrero, 15 de julio del 2000. Mientras desayunamos en Tixtla, veo descender de su auto a un señor de baja estatura que carga una chamarra de mezclilla y cincuenta y nueve años de intenso amor a la vida, a sus semejantes y a su estado, Guerrero. Lo primero que me sorprendió desde que llegamos a Chilpancingo, dos días atrás, fue descubrir que en estos lugares todo mundo lo conoce y aprecia, aunque, no necesariamente, como supimos más adelante, lo identifican físicamente. Una verdadera autoridad moral el señor Andraka por estos rumbos. El fotógrafo y yo subimos a su auto y nos lleva a la casa que tiene cerca, en donde hay una bodeguita para los libros que edita y vende. Comienzo a captar información de primera durante este corto trayecto. Nos enteramos de que tiene un programa de radio que se llama “En busca de nuestras raíces”, de rastreo histórico, difundido los sábados de las 9:00 a las 11:00 de la mañana, y otro en televisión denominado “Tus voces son nuestra historia”, que es transmitido los jueves de 8:30 a 9:30 por el canal 7 de Acapulco. Respecto a este último nos dice: “Me voy a los pueblos, me meto en las cuevas, ando en los adoratorios indígenas con las cámaras. Una especie de ‘Mochila al hombro’, nada más que mucho mejor. Su firma editorial se llama Sanley, nombre formado con las primeras sílabas de los apellidos de sus hijos: Sánchez y Leyva.

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Al entrar a la casita solitaria revela que sí convive con ellos, “pero casi vivo solo, por… ¿cómo te dijera…?”

—¿Es como su oficina esta casa? —le pregunto.

Reflexiona…

—Oficina… No me gustan las oficinas. No, yo vivo en un pueblito que se llama Omeapa, que es a unos pasos de aquí.

Nos obsequia un caset y un compacto con música guerrerense, así como su última novela: Ahora que me acuerdo, que, por cierto, yo no conocía, y pedimos que nos la autografíe. También nos entrega un libro de entrevistas: ¡Hablemos claro!: ¿Qué ocurrió en Guerrero durante el gobierno de Alejandro Cervantes Delgado? (Testimonios), el cual dice que no le gusta mucho. Además nos da una obra pequeña: Chilpancingo, 150 años después. Ya le había comentado que me había sido imposible conseguir su libro Zitlala. Se sorprende de que dicha obra tampoco estuviera en su bodega. En fin, todos sus libros se agotan pronto.

Salimos y vamos hacia el centro de Tixtla, donde tiene una casa más, en la que habita su tercera esposa y sus hijos. Antes de entrar le preguntó por qué en sus libros aparece Andraka con k, y en el periódico mural Así somos, que él edita, está con c.

—Ah, te explico: el Andraca es con c, y yo lo uso con c, nada más que el editor se equivocó, o no sé si lo hizo a propósito, con la primera edición de Un mexicano más. Como la edición se acabó en un mes, entonces después ya no quiso cambiarla y yo lo dejé. Incluso en este que es edición mía —me señala Chilpancingo, 150 años después— lo puse con k, y éste es de editorial Sanley.

—Este apellido no suena muy común en México. ¿Tiene algún origen extranjero?

—No, Andraca es un apellido muy común en Guerrero, y sobre todo en Chilapa. Aquí en Tixtla somos muchos Andraca. Y en Chilapa es el apellido más, más común. Incluso la principal avenida se llama como mi abuelo: José María Andraca. Ahora, su origen no lo conozco.

—¿Y a alguna calle de Guerrero, de Chilpancingo, se le ha puesto el nombre de usted?

—Bueno, ayer comieron en el restaurant que está en la calle Juan Sánchez Andraka, en Colotlipa. Hay otro pueblo que tiene una calle que se llama Juan Sánchez Andraka, nada más que pues yo ya les prometí comprarles las placas y cambiarle el nombre, porque así le pusieron porque yo me fui a vivir a ese pueblito hace como… unos quince o veinte años, no sé. Ahí estuve y me puse a hacer estufas de lodo y cosas que los mejoraron. Entonces, cuando yo me retiré, me dijeron que le iban a poner mi nombre a la calle, pero ya los convencí de que ya no. La de Colotlipa no puedo cambiarla, porque es un pueblo más grande. El nombre debe tener ya como veinte años.

—¿Y es común que a usted lo entrevisten, que lo busquen para obtener información de todo lo que hace?

—Algunas veces sí. Incluso hoy tengo que contestar tres entrevistas. Me las mandan por escrito de México. Hay una persona en Tlaxcala que está haciendo su tesis sobre mis libros, un seminarista católico. Por cierto que tiene problemas, porque creo que ya no lo dejan tener ese tema, y hay otra persona, una señora que también está haciendo un trabajo. ¡No, constantemente!… Claro, casi todas las entrevistas que me realizan aquí son sobre Guerrero, porque en cierta forma, más por vago, que no ha sido otra la causa… es decir; todos me dicen: Bueno, tú conoces todos los pueblos. Pues sí, conozco todos. Pero ¿qué cosa ando haciendo? ¡Pues nada! Yo nada más me agarro mi volkswagen y me voy, y luego me quedo, y así.

—¿Qué medios de la Ciudad de México lo han entrevistado últimamente?

—Pues ReformaEl NacionalEl Universal… han sacado algunas entrevistas. Yo realmente no promuevo ni mis libros ni mi persona, porque a mí me gusta mucho la vida de campo, de andar solo y, sobre todo, quiero seguir escribiendo, pero sin el peso ése de que te digan: Tú eres escritor. ¡No, no!

—¿Y actualmente está escribiendo alguna novela?

—Ah, estoy escribiendo dos cosas. Una novela que no sé cómo se va a llamar, que es la historia de unos muchachos que tienen veinte años de edad, y es en esta época. Nacen en 1980. Voy a llegar hasta el 2000, con el triunfo de Fox. Yo creo que la literatura debe ser testimonial, entonces mezclamos la imaginación con la realidad y hacemos un documento, ¿qué te dijera?, literario, que tiene mucho de historia. Es decir, la historia dentro de la novelística es muy Importante. Tú vas a leer Ahora que me acuerdo. En Ahora que me acuerdo, lo que hice fue partir del año de mi nacimiento —pero no es un libro autobiográfico—, que es 1941, y narro todo lo que ocurrió durante 50 años en el país. Mi personaje lo ubico en varias partes pero, sobre todo, en la Ciudad de México, que es el centro en donde repercuten todos los acontecimientos, y todo lo que allí digo, desde el punto de vista histórico, desde el punto de vista bíblico, porque tomo un tema religioso, es real, pero la historia es ficticia.

—Sus libros cada vez sacan más cosas de Sánchez Andraka, por ejemplo, Allá en el río, y esta novela que usted me comenta.

—No, no, no, nada es autobiográfico. Yo creo que mi vida muy poco tiene que ver con mis personajes, aun cuando pues hay algo de uno, ¿no? Es decir, el personaje no puede estar sin el aire del autor. Mi vida es de otra forma. Allá en el río, ya te digo, tú conociste a “El Chivo”, tú conociste el pueblo, tú conociste las grutas. El Chivo es mi personaje, pero El Chivo no es mi primo. Con El Chivo hemos vivido muchas cosas muy importantes, porque nos hicimos amigos y vagos, entonces anduvimos por todos lados y demás, pero la historia es ficticia. ¡Hablo del Chivo actual! —aclara—. El Chivo padre tendría ahorita ochenta años. Aquí mismo (hojea la recopilación de Así somos, edición especial por cinco años de aparición: 1991-1995) yo a veces escribo con el seudónimo de José Vásquez Malda (formado con su primer nombre y los segundos apellidos de sus padres). Y aquí mismo tienes una cosa que escribí sobre El Chivo.

—Al inicio de Allá en el río, usted comenta que es un libro que tiene más de la vida real. Sus otros libros han sido mucho más ficticios…

—No.

—En este caso los hechos y personajes son reales…

—No, por ejemplo, ¿tú leíste A pesar de todo…? En A pesar de todo… planteo la vida en la Ciudad de México. Un desastre, alcoholismo de mis personajes… Yo realmente la Ciudad de México la conozco en el Centro. No he vivido en México. Para poder hacerlo tuve que preguntarle a alguien: “Oye, ¿si me voy por esta calle a dónde llego?; tuve que estar platicando con gente que conoce la Ciudad de México. Lo mismo con Ahora que me acuerdo. Pero cuando mi personaje regresa a su pueblo, ¿recuerdas que se hace presidente municipal? Ahí ya fue cierto. Yo… bueno, no tenía cuarenta años, tenía veintitantos, y fui presidente en esas condiciones, y muchas de las cosas que narro como presidente fueron reales, exactas, como las planteo e, incluso, ante el presidente Echeverría hay un discurso que mi personaje dice para atacar el paternalismo absurdo que se está fomentando. Ése fue el discurso que yo dije ante Echeverría, y Echeverría realmente ordenó el cambió de municipio, del Ayuntamiento, con objeto de que yo no estuviera ahí. Eso fue real, como yo lo cuento.

—De hecho, usted tiene una gran capacidad de proyección, porque uno lee A pesar de todo y se queda con esa idea. Si sus libros no son autobiográficos, parecen serlo.

—Lo que pasa es que yo creo que eso es muy importante. Mira, cuando alguien logra que lo imaginado parezca real, creo que es entonces cuando, eh, cuando ha logrado, pues, un propósito. Mira, ayer, ayer nada menos, una hermana que es monja leyó Ahora que me acuerdo, que es un libro anticatólico, y me dice: “Juan, ésa es tu vida, ¿verdad?” Y le digo: “Bueno, ¿tú no sabes cuál es mi vida?” ¡Mi hermana, la que me sigue, me está preguntando si lo que yo escribí es real o es falso! ¡Pues ella lo debe saber!, ¿no? A tal grado la impacté que creyó que de veras yo lo había vivido.

—En todos sus libros encuentro mucha influencia, quizás nada más es un parecido, una semejanza, con Dostoievski. Acerca de él se habla de la polifonía, es decir, de la multiplicidad de voces en el relato, debido a que los personajes tienen una realidad absoluta, independientemente del autor, al grado de que se le rebelan. Se habla entonces de la polifonía dialógica, o sea, cuando se establecen diálogos, en su mayoría discusiones, entre el autor y sus personajes, porque éstos no piensan como el autor, porque son ideólogos, tienen un pensamiento muy, muy definido, pero no es el pensamiento del autor, entonces un personaje puede hablar —siendo Dostoievski muy cristiano—, puede hablar en contra del cristianismo. Él fue casi místico, y sus personajes critican acerbamente todo lo que es el cristianismo ortodoxo ruso.

—Bueno, pero lo que pasa es que siempre tienes un personaje que es el representante de tu ideología, ¿no? No puedes escribir sin presentar tu punto de vista. Yo no podría hacer un personaje priista, priista, priista, o católico, católico.

—Como central.

—Como central.

—Pero sí tiene secundarios que tienen y defienden muy bien su punto de vista.

—Ah, claro, claro, pero tienen al otro que los detiene y que presenta la antítesis, ¿no?

—Y, sin embargo, usted nunca nos da sermones, no nos dice “Así debe ser, tenemos que hacer esto”. Simple y sencillamente nos presenta una historia en la que, bueno, el protagonista tiene más peso. Pero a veces lo hace de una forma contraria, por ejemplo, en sus primeros dos libros, Un mexicano más y Los domados, el personaje es completamente…

—Negativo.

—Negativo; se enajena y dice: “Efectivamente, para poder progresar hay que fregarse al que sea para salir adelante, si no, uno es un mediocre”.

Un mexicano más lo escribí en una forma muy especial. Mira, yo era maestro rural, tenía como veinte años, veintiuno, veintidós, y me iba a casar con alguien, ¡ya ni me acuerdo con quién!, y había ido a México a hacer algunas cosas para el terrible matrimonio que ya tenía programado. Por eso falté a mis obligaciones de ir a clases. Entonces el director me puso a disposición de la Secretaría de Educación. Yo estaba en contra el director porque la escuela era un desastre. Cuando tú te recibes, bueno, yo no fui recibido, pero cuando te mandan de maestro, tú te vas haciendo ilusiones y te encuentras con una realidad terrible. Entonces yo me fui a México a ponerme a disposición de la Secretaría de Educación. México era el centro de las actividades. Llegué un miércoles, hice antesala. Me dijeron: “Véngase mañana”. Fui el jueves, hice antesala. Yo no llevaba más que la ropa que tenía puesta. Y el viernes me dijeron: “Véngase el lunes”. Y entonces dije: “¿Y ahora qué hago? No tengo dinero para comprar ropa”. Era un hotel de esos que tienen baño afuera, y entonces me quité toda la ropa, me enredé en una sábana y le dije a la señora que hacía el aseo: “Señora, le doy mi ropa. ¿Me la lava?”. “Sí, cómo no”. Entonces yo me quedé ahí, compré tortas, un refresco, y me quedé leyendo un día en el hotel, sin poder salir. Fue terrible para mí. Al otro día la señora empezó a barrer. Yo, enredado en mi sábana, le digo: “Señora…”, pero no era ella, y entonces le digo: “Perdón, ¿y la señora de ayer?” Dice: “Es que salió de vacaciones”. “¿Y cuánto duran sus vacaciones?” “Cinco días”. “Oiga, pero…”. “¡No, yo no sé!”. ¡Y entonces me quedé cinco días enredado en la sábana dentro del hotel! Cuando pasaron los cinco días ya había terminado Un mexicano más. No pensé en publicarlo, sino que el hotel estaba en Cinco de Mayo y Palma. No sé si recuerdes… —me observa para calcular mi edad—. No, no recuerdas. Había un hotel que se llamaba Morelos. Entonces yo caminé por la calle Cinco de Mayo —ya no fui a la Secretaría de Educación— y me encontré a un amigo escritor de Guerrero, Juan R. Campuzano se llamaba, y él me dijo que me invitaba a una peña literaria que estaba ahí en Filomeno Mata, en el Club de Periodistas de México. Yo ahí me fui con él, me presentó y me dijeron: “¿El señor es escritor?”. Yo les dije que no, pero se me ocurrió que tenía ahí en el hotel eso que había escrito. Entonces les digo: “Yo tengo una cosa que escribí, pero si me permiten irla a traer. ¡Como se trataba de leer —era la peña literaria—, yo la fui a traer!, y entonces yo la leí. Y toda la gente: “¡Qué bien está!”. Nunca pensé que me dijeran que qué bueno. Y todos. “¡Uh, caramba!”. Y entonces, al otro día, el mismo Juan R. Campuzano me llevó con él señor Bartolomé Costa-Amic, en la calle de Mesones número 14, y le dijo: “Mira, aquí tiene él esto”. Y Costa-Amic, con mucho desdén, me dijo: “¡No, mira, aquí no es posible! Yo tengo mucho dinero invertido en autores jóvenes, y realmente, mira, he perdido”, y me enseñó una bodega. Dice: “Déjamelo ahí —encima del escritorio— pero no te hagas muchas ilusiones. ¡No, publicar…!”, y echó todo un rollo sobre la crisis de la industria editorial. Te estoy de hablando de 1965 o algo así. Entonces se lo dejé. Como a los tres días llego al hotel y me dice el dueño, que era un español: “Te habla por teléfono Costa-Amic —otro español—, dice que vayas verlo”. Y me dijo: “¿Qué asuntos tienes con él?”. “No, pues yo le dejé un libro”. “Bueno, es mi paisano” —también era de allá, de Barcelona—. Y entonces fui a ver a Costa-Amic y me dijo: “Oye, he decidido publicarlo. Vamos a publicar mil ejemplares. Te voy a dar cien ejemplares y… perfecto”. Y él mismo ordenó a alguien que me llevara con Jacobo Zabludovsky, con Paco Malgesto, que eran los comentaristas de aquella época. Jacobo Zabludovsky tenía un programa que se llamaba “Desde el café” o “En la mañana”, a las siete de la mañana. Me entrevistaron ahí y al rato yo andaba en programas. Y luego sacaron la segunda edición. Al ratito Costa-Amic me adelantó dinero para que yo escribiera un libro, porque no quería que dejara a los lectores. Yo me hice Los domados entonces más por presión de Costa-Amic que por ganas, y a partir de ahí decidí ya no seguir escribiendo, porque realmente Los domados no me gustó mucho, a pesar de que lleva muchísimas ediciones, es un libro que no me gusta.

—Se nota en este libro, de manera opuesta a la frescura que tiene Un mexicano más, que diferentes personajes usan el mismo modo de hablar, es decir, las palabras que se dicen no están de acuerdo con la personalidad de cada uno de ellos, por lo cual no podemos identificarlos por el lenguaje.

—Yo no lo he leído desde hace mucho tiempo. Quizás me lo podrías contar mejor que yo. La verdad es que yo le dije a Costa que ya no lo publicara. Si tú ves, aparece una edición en tal año y la otra aparece hasta como cinco años después. Fue porque Costa me estaba insiste e insiste. Ya después seguí escribiendo. A mí me hicieron presidente municipal de Chilapa —yo no soy político—, el pueblo que ustedes van a visitar. Ahí nací, y me dediqué a andar en los pueblos indígenas —Chilapa es un pueblo indígena—, entonces el tema indígena se me metió y pude escribir Debe amanecer. Posteriormente, A pesar de todo…, ya con las experiencias de presidente municipal, y creo que a partir de allí cambié todo, ¿no? ; y ya ahora me gusta escribir, aun cuando, te diré, no me gusta mucho, mucho, hablar de mis libros, ni que la gente lo haga, porque creo que lo importante es saber escuchar, saber sentir, escribir. El escribir para mí es una profesión de solitario. A veces renuncias a la familia, estás por allá, metido, viviendo intensamente lo que escribes, más intensamente que tu propia realidad; hasta que lo terminas ahí quedó tu misión, ahí quedó tu creatividad. Después, todo lo que venga es otra cosa, ¿no?

—¿Qué distancia hay entre Los domados Debe amanecer?

—Ya no sé, pero debe haber muchos años.

—Los hechos que narra en Debe amanecer, lo de los judiciales que van al pueblo, que matan, que acusan de narcotráfico a don Ramón, cuando es su hijo Benito el que anda metido en el asunto de las drogas con don Tino, el rico de la cabecera municipal, quien las vende; lo de los soldados que matan a “La Zorra” por ponerse contra don Tino, en fin, esos sucesos en que los buenos terminan siendo los malos ante los demás, ¿son reales?

—Mira, no. Debe amanecer la escribí inspirado en la vida de un amigo mío que se va a los pueblos a ser maestro sin que le paguen. Entonces una vez lo acompaño a su escuelita, veo cómo vive, cómo enseña… ¡Te estoy hablando de hace treinta años, cuando en muchos pueblos no había escuela! Su vida me parece muy interesante y empiezo a escribir Debe amanecer. Pero ocurre esto, tú empiezas con una idea y luego no sabes cómo vas a terminar. Y yo siempre he dicho: más que el lector, el que se asombra es el escritor. Tú empiezas un capítulo y los personajes te llevan en tal forma que tú tenías una idea y resulta que ya te fuiste por otro lado.

—Como que cada personaje agarra su propio camino.

—Ajá, agarra su propio camino, y al ratito tú estás escribiendo lo que no habías pensado escribir. Entonces yo me basé en su vida, pero me salió otra cosa.

—Él le informó mucho sobre la repercusión de las visitas de los judiciales.

—Ah, claro.

—Sobre las condiciones en que se trabaja realmente la educación en los pueblos.

—Lo hicieron telenovela incluso, en el canal 13, hace muchos años. Yo me entrevisté con el adaptador. Ya ni sé quién es. Él hace su propia novela, hace su propia historia, mueve mis personajes, y cuando yo reclamaba me decía: “Es que usted no sabe, el campo es así”. Yo no quiero saber nada de adaptadores. Lo mismo me sucedió con ZitlalaZitlala fue un libro que el INI (Instituto Nacional Indigenista) lo hizo película y lo hicieron otra cosa totalmente ajena.

—¿Y no ha habido ningún intento por parte del gobierno, o no lo hubo en aquellos entonces, de reprimirlo, de censurarlo, de hacer que sus libros no aparecieran?

—No, no es cierto, eso no. Yo nunca recibí nada. Hubo críticas en algunos medios. Me parece que El Universal publicó un artículo… —sí, fue El Universal—, sobre el vocabulario soez de mis libros.

—¿De una forma despectiva?

—Sí. Un artículo no recuerdo de quién… Elda Peralta, una comentarista de libros, la esposa de Luis Spota, escribió sobre Un mexicano más en [la revista] Siempre! Varios escritores importantes: List Arzubide, Germán List Arzubide, escribió un artículo sobre mí, y quiero decirte que no lo leí nunca. No lo he terminado de leer, lo empiezo y no… luego Salazar Mallén —era un señor muy importante en la prensa, hace veinte años o más— también escribió dos veces sobre mí. Y así, pero yo no he promovido nunca esto, ¿eh?

—Se queda uno con la idea, después de leer la información que se da en la contraportada de sus libros, que ningún crítico oficial lo ha tomado en cuenta.

—El editor escribe esas tonterías.

—Para vender más.

—No, porque está bien mal, ¿no? Yo ya le dije mil veces que no le importe. Ya no es Costa-Amic, es su hijo. Yo no me he cambiado de editorial, a pesar de que, por ejemplo, Diana, Editores Mexicanos Unidos… otra editorial, me lo han propuesto. Hay una que se llama Quinto Sol, que me habló, y yo le dije que no, y sin embargo publicó. Y luego editorial Anaya también publicó Un mexicano más sin mi autorización. Editores Mexicanos Unidos publicó tres ediciones de Un mexicano más sin mi autorización. Y ahora ya en su catálogo aparecen mis libros, pero creo que Proculmex se los entrega, ¿no?

—Y ¿Proculmex qué es?, ¿filial, o surge de Costa-Amic?

—Es del hijo de Costa-Amic. Yo tengo uno en España, es el que maneja los libros. Yo no me meto mucho con la publicación. Creo que los escritores, sobre todo los de provincia, si tenemos menos reflectores, si tenemos menos afanes protagónicos, somos más escritores, es decir, cuando se escribe debe sentirse intensamente lo que se escribe, pero no creer o no querer que esto se lea o que sea un éxito de librería. Eso no importa, ¿no? Lo que importa es la creatividad sincera, honesta, solitaria.

—En sus libros encontramos personajes que se repiten. Por ejemplo, doña Tonchi. ¿Cuál es su origen? —Doña Tonchi. Cuando yo era joven, hui de la casa. Mi papá fue médico homeópata y publicó libros sobre homeopatía, ¡muchos! Yo incluso llegaba a pensar que trabajar era escribir. Yo hui de la casa, y mi papá, después de haberme encontrado cinco años después, me llevó a Chilpancingo con doña Tonchi. Era una señora terrible, de ésas hechas a la antigua, que para ella los muchachos eran todos descarriados y tenía que meterlos a su catolicismo absurdo y tonto, digo, por fanático… También se repite Concha… Concha era una niña —para que veas que sí hay cosas de uno, ¿no?—. Yo nunca le hablé. Yo era niño y Concha era muy buena jugadora de básquet, y era mayor que yo. A mí me gustaba mucho y creo que fue la primera vez que me fijé en alguna mujer. Tenía los ojos verdes, era morena. Nunca me habló en su vida, jamás. Pero, incluso, mi primer poema —he hecho como tres en mi vida— se llamó “Concha”; otro se llamó “Ojos verdes”, y luego me fui con la Concha aquí y tuve varias novias de ojos verdes y les ponía Concha. Y hace como dos años, tres años —fíjate cuánto tiempo habrá pasado, Concha debe tener más de sesenta y tantos; si yo tengo cincuenta y nueve, ella debe tener más de sesenta—, yo iba manejando, allá, en mi tierra, y se atraviesa un carro así y yo vi que era Concha, le vi la cara. Y entonces me… me alteré tanto, que no me di cuenta y por poquito y le pego, pero por poquito y le pego. Entonces nomás sacó la cabeza y me dijo: “¡Pendejo!”, y que se sigue, y yo dije “¡Concha!” Y ésa es la única palabra que me ha dicho en su vida. Sin embargo, aparece en casi todos mis libros, y quiero decirte que en Ahora que me acuerdo mi personaje se llama María, pero tuve que borrarle, porque yo había escrito Concha, Concha, Concha en muchos lados.

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