Juan Sánchez Andraka, su biografía en sus propias palabras. Segunda parte

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Segunda parte

En que el autor nos habla de su educación escolar, de su formación literaria y de sus libros preferidos; de la guerrilla de los setenta en Guerrero y de su relación con Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, además de sus trabajos en el gobierno, de crítica literaria y de la situación del país, entre otros temas.

Ahora, también quiero decirte, yo hago este Así Somos cada quince días. Lo llamamos periódico-cartel. Esto es grande, y cada quince días saco uno de un pueblo, con un tema, el cine en Guerrero… Mira, Tierra Colorada, Pancho Padilla, éstos son dos compositores —me muestra una foto—, el cine en Guerrero… Y cada uno de éstos tiene su propio video. Por ejemplo, si yo quiero hacer el cine en Guerrero, yo entrevisto a gentes que participaron en películas. Acabo de hacer un programa en Acapulco con las que fueron damas jóvenes en películas de Tin Tan, con gentes que participaron en el cine en los años cuarenta, en los años treinta, y entonces recurro a películas y demás y hago el cartel, y después hago el programa de radio. Es decir, con esto nosotros tratamos de dar a conocer primero Guerrero a los guerrerenses y después a los no guerrerenses.

—¿Y cuántos ejemplares imprime?

—Hago cinco mil. Lo pongo por todos lados. Es mural, lo pegamos. Para hacerlo me voy a los pueblos. Fíjate que me acaba de pasar una cosa bien padre. Hay una zona muy peligrosa aquí, por los asaltos, por la guerrilla, que se llama La Sierra, entonces yo tomé mi volkswagen, mis cosas y que me voy. Dije, me voy a ir quince días a La Sierra. Yo no conocía La Sierra. ¡Y un frío intenso!, y pura gente buena. Todos me decían: “¿Cómo que te vas? No vas a regresar”. Incluso, para no meter miedo a mi mujer, yo le dije: “Me voy quince días, no sé a dónde, pero yo me voy”. Y que llego a un pueblito, ¡lejos! Hice como diez horas para llegar, después de andar de pueblo en pueblo, y ya era casi de noche, por una carretera de terracería, y a pesar del intenso frío vi a una muchacha en short, y con un abrigo, pero con las piernas de fuera. Yo me dije: “La voy a ver de cerquita”. Que me voy y que le digo: “Buenas tardes”. “Buenas tardes, ¿qué anda haciendo?”. “Pues nomás, yo aquí, conociendo. ¿Usted es de aquí?”. “Sí”. “Ah, pues yo me voy a ir ahorita. ¿Como cuántas horas haré a tal lugar?”. Dice: “¡No, mejor quédese, porque se le va a hacer de noche y es peligroso!”. Le digo: “Pero, pues… ¿dónde me puedo quedar?”. Dice: “Si quiere, ahorita le digo a mi papá que si le da hospedaje”. “Ah, órale”. Llegó un señor enorme y me dieron hospedaje ahí. Muy amables los señores, me invitaron a cenar y me dieron un cuartito de madera. Ahí había un librero y en el librero vi que estaban todos mis libros, pero todos, todos. Yo no tengo una colección completa. Ahí estaba hasta Zitlala, A pesar de todo…, todos, todos. Al otro día me invitaron a almorzar y yo le dije al señor: “Oiga, señor, ¿a usted le gusta mucho Juan Sánchez Andraka?” Dice: “¡Sí!, y fíjese que es de Guerrero. Él es de Chilapa, pero ha vivido en Chilpancingo. Creo que ahora vive en Tixtla”. Y me empezó a decir mis… Le digo: “Pero ¿usted lo conoce?”. Dice: “¡No!, pero una vez tal y tal me quedaron de presentármelo”. “Ah, pues mire, fíjese que yo soy”. A partir de entonces el señor se convirtió en mi guía y, entonces, ya, pues conocí toda esa zona.

—Y es que conocerlo a usted físicamente es muy difícil. La única imagen que había visto es la que aparece en la contraportada de Allá en el río.

—Sí, pero ahí estoy joven todavía, ¿no?

—¿Esto a qué se debe? ¿A usted no le gusta que le tomen fotos, que publiquen fotos suyas?

—No. Mira, esta foto la puse (me muestra la contraportada de Ahora que me acuerdo), esta foto que está terrible, espantosa, fea, la puse porque un amigo mío estaba enfermo, y me pidió que yo le publicara una foto que él me tomara, que, por cierto, debieron haberle puesto aquí: Foto de fulano de tal. El señor ya se murió. Pero, te digo, no tiene caso. Lo que pasa es que aquí, si le preguntas a mi vecino si escribo libros, no sabe. No, no, no. Es decir, no puedes andar con esa máscara, porque tienes que ser normal. Vivo en un pueblito de campesinos. Mi pueblo tiene setenta casas nada más. Y una vez el periódico Reforma sacó a cinco columnas, en la sección cultural, que yo había visitado Reforma. Y entonces le dije a mi vecina de allá del pueblo: “Mire, salí en el periódico”. “¡Ay, don Juanito, no me espante! ¿Qué cosa es lo que usted hizo?”, porque solamente salen en el periódico…

—Los maleantes.

—Ajá, y yo no podría, no podría ni siquiera vivir, pues, con esa máscara de escritor, ¿no? En Chilpancingo hay muchos escritores así. Se creen la… y dan conferencias y… ¡pues yo no sé de qué cosa viven, cómo viven, pues!

—¿Y qué tal le va dando conferencias?

—Pues en una ocasión me invitó un primo mío a Toluca. Me dijo: “Juan, oye, ¿por qué no vienes?, fíjate que aquí quieren conocerte unos amigos”. Y fui, pero creía que, bueno, pues que íbamos a estar en familia. ¡Pero no! Me llevaron motociclistas, me tronaron cohetes, hubo bandas de música, me hizo una cena el presidente municipal… Contrataron una sala enorme. Tengo fotografías de eso. También en Tlaxcala ocurrió lo mismo, y muy recientemente, en un pueblo que se llama… ¿Tepoztlán? Tepoztlán. Yo estaba en Acapulco y no sé cómo me localizó…, porque yo andaba de vago en Acapulco, me localizó el editor y me dijo: “¡Juan, tienes que venirte ya, porque te están esperando en Tepoztlán! ¡Yo me comprometí a que tú ibas a estar! Y me dijeron los organizadores que habían puesto mil quinientas sillas”, porque pusieron en un lugar un manteado, y que se habían llenado totalmente. Lo importante es que di autógrafos que me cansé de la mano, ¿no? Eso me da una idea de que sí me leen en algunas partes, pero de que me guste eso, no, porque a mí me pones frente a un público y yo no sé qué decir. ¿Qué cosa es lo que digo?

—¿A usted le ha interesado adentrarse más en las técnicas literarias?

—No. Leo bastante, leo bastante, desorganizadamente. Eh, tengo, ¿qué te dijera?, un hábito de lectura. A veces leo libros que ni sé, y tú me preguntas: ¿Quién es el autor? ¡Ah, carajo!, pues no supe, ¿no? Y a veces, por ejemplo, Carlos Fuentes, que para mí era un gran escritor —ahora los últimos libros se me caen de las manos—, no me entra. Y a mí si no me entra la primera página ya no lo sigo leyendo, ¿no? Y hay autores, incluso, por ejemplo, de aquí del estado, hay muchos que me dicen: “Oye, Juan, quisiera que leyeras lo que escribí”, caramba, que me encantan, ¿no?

—Volviendo a Dostoievski, a la polifonía, es decir, al gran número de voces en una novela independientes del autor, ¿hay en usted influencia de este autor?

—Sí, claro, he leído a Dostoievski y me gusta mucho. Es extraordinario. Acabo de terminar por segunda vez El jugador, por cierto, pero, ¿qué te dijera?, pues yo no me relaciono, no; pero, mira, yo fui escritor por accidente, ¿sí? A lo mejor por influencia de mi padre, pero por accidente, es decir, quizás si no me hubiera dejado esa señora sin mi ropa no hubiera escrito nada, no hubiera iniciado esto. Yo no tengo estudios de literatura, de corrientes literarias, no. Eh… ¿me influyen los autores?, a la mejor sí, inconscientemente… Por ejemplo, hay un autor peruano que se llama Ciro Alegría. No sé si lo hayas leído. Tiene un libro que se llama El mundo es ancho y ajeno, ¡extraordinario libro!, que a mí me dejó… Incluso ya todos mis libros yo los relacionaba con él. ¡Frente a todo lo que yo quería escribir, siempre se me venía Ciro Alegría como el gran maestro! Mis personajes yo los quería meter al campo, quería que vivieran las cosas que viví con Ciro Alegría, ¿no? A veces hago relatos que ya no sé si son míos o son de Ciro Alegría. Tanto lo sentí.

—¿Y qué tanto había leído usted antes de escribir su primer libro?

—Mira, yo fui muy desorganizado en mis estudios. Quiero decirte que estudié la primaria en un colegio católico que no tenía reconocimiento. En aquella época eran los colegios católicos no reconocidos por la Secretaría. Me fui de vago muchisísimo tiempo y llego a Chilpancingo después de que me atrapa mi papá, y me meto a una secundaria pero sin tener el certificado de primaria realmente, pero ahí me dicen que yo voy a regularizar mis materias. Nunca regularizo nada y quedo a deber todas las materias, esas físicas, químicas, matemáticas… que no me entran. Y luego paso a preparatoria y quedo a deber más. Incluso me inscribo en leyes, ¡yo no sé por qué! Pero resulta que no tengo nada. Cuando volteo para atrás, ¡pues no hay nada!, ¿no? Así es que yo, hace poquito, colgué con los certificados de kínder de mis hijos el mío, que tampoco es mío. Me lo encontré. Dice “Juan Sánchez” pero no coincide la fecha. Entonces a lo mejor tampoco es mío. Y así empecé a leer gracias a que me hice amigo, muy amigo, de un señor que ahora es un político muy importante en Guerrero. Incluso fue candidato a gobernador. Se llama Florencio Salazar Adame. Era menor que yo, poquitos años, pero leía mucho, y él tenía una novia que leía mucho, después esa novia fue mi novia, y entonces me metí con ellos en esto de la lectura, pero sin organización, y seguimos igual los tres.

—¿Y recuerda el primer libro que leyó de literatura?

—Pues no. Yo recuerdo mis libros de primaria, por ejemplo, Saber leerPoco a poco; que me gustaba mucho Corazón, diario de un niño, de Amicis, que entonces era libro obligado en la primaria, que me gustó muchísimo, ¡quizá ahora ya no!, pero en aquella época me impactó bastante, ¿no? Leí un libro que se llamó La mano izquierda de Dios, no recuerdo el autor. También fue una de las primeras lecturas que tuve. Leía los cuentos de Horacio Quiroga, los cuentos de un escritor ruso… ¿cómo se llama? Bueno, me aficioné a la literatura rusa… La madre, de Gorky, ¿no? Ésas fueron mis primeras lecturas que yo recuerdo.

—Sí. Se encuentra mucho el temperamento ruso en usted. De hecho, esa exaltación tremenda de los sentimientos, tanto en el aspecto negativo como en el positivo.

—Hay un Dostoievski que se hizo cristiano en gran escala, ¿no?

—Y cómo dio un vuelco tremendo su ideología, de ser un crítico del zar, bueno, aunque nunca se metió demasiado en política. De hecho, nada más por leer una carta que le habían enviado contra el zar lo recluyeron en Siberia. Pero sí, cómo da este vuelco, ya que después se vuelve muy cristiano, muy místico. Y esto nos lleva a otro tema: ¿Usted cómo se considera en cuanto a la política, cuál sería su filiación, su tendencia?

—No, ninguna, aun cuando yo creo que… ¡bueno, sí!, todos tenemos tendencia. Por ejemplo, una persona que admiro mucho, mucho, es Cuauhtémoc Cárdenas. A tal grado lo admiro que una ocasión vino a Chilpancingo y yo me abrí cancha hasta saludarlo.

—¿Y él lo reconoció a usted?

—¡No!, yo nomás le dije: “Señor, me da mucho gusto saludarlo y muchas gracias por haber venido a Guerrero”, y hasta ahí. Y yo me sentí muy emocionado de saludarlo, ¿no?

—Y ¿no ha pensado en que usted pudiera cooperar, a través de todo lo que ya ha hecho, en mejorar el país?

—No, mira, a mí me ofrecieron hace poquito ser candidato a diputado por el PRD, y yo luego luego dije no, eso no es lo mío, independientemente de que admires a Cuauhtémoc. ¡No porque admires a Cuauhtémoc vas a andar atrás de él! Eso es otra cosa. Yo siento que el PRI a mí no me entra, a pesar de que yo he trabajado en el gobierno y he tenido alguna actitud. En una ocasión el gobernador citó a todos sus funcionarios —digo, un gobernador, no éste— para organizar al partido a través de los funcionarios, y yo levanté la mano y le dije: “Señor, yo, perdóneme, pero yo no puedo participar, yo no soy del partido de ustedes, así que le pido me permita salir».

—¿Fue cuando era usted presidente municipal?

—¡No, eso fue antes! No, la presidencia fue cuando yo era chamaco; yo tendría como veinticuatro, veinticinco años.

—Entonces usted, cuando se dio esa junta, ¿qué cargo ocupaba?

—Yo ocupaba el cargo de director del Instituto Guerrerense de la Cultura. Y muchos creen que porque trabajas en el gobierno ya eres priista, y eso no es cierto. Yo me he mantenido totalmente ajeno a las actividades priistas.

—¿No ha habido un cambio en usted? Porque a veces lo que uno piensa —al enterarse de que tiene un apoyo… que trabaja mucho con gente del gobierno, sobre todo de un gobierno priista como el que tienen actualmente en Guerrero— es que podía haber cambiado su punto de vista: de ser un crítico del PRI a haberse transformado.

—Lo que pasa es que mis puestos en el gobierno nunca han sido relevantes. Han sido siempre de segunda, y realmente estoy haciendo lo que yo quiero hacer. Es decir, yo ahorita… éste es del gobierno del estado —señala el compendio de Así Somos—, yo lo hago, a mí me gusta hacerlo. Nadie se mete conmigo, nadie me pone línea. Yo lo hago, pero yo no veo ninguna posibilidad de que por eso yo me defina ideológicamente por algún partido, ¡en lo más mínimo! ¡Nadie me ha presionado además por eso!

—Ahora, ¿cómo ve el tema más actual, esta llegada de Fox a la presidencia de la república?

—Ajá, mira, yo siento que el cambio es muy importante, ¿no?, nada más que no todos los cambios son buenos, y para mí que Fox, con su tendencia derechista, puede provocar un retroceso en la forma de pensar y de hacer de los mexicanos. Sin embargo, creo yo que hemos logrado algo: que el voto del mexicano ya tenga valor, que el mexicano empiece a tomar conciencia de que él va a decidir. Cuando esta conciencia esté arraigada y firme, entonces sí vamos a hacer cambios de veras. Quizá ahora fue la mercadotecnia la que provocó el triunfo de Fox, pero después ya va a ser el análisis, la madurez, el conocimiento de los problemas nacionales. Esto es poco a poco. Tengo miedo, siento que Fox no es quien debe tomar las riendas del país, pero, bueno, ya el PRI dejó de hacerlo. Vamos a experimentar con la derecha, y vamos a ver hasta qué punto realmente es derecha, porque quién sabe si las circunstancias la lleven a otras acciones, ¿no?, a otras formas de hacer. Yo siento que estamos ante una nueva etapa que no podemos juzgar. Yo no puedo decir: Fox va a ser malo. Yo digo: Me da miedo. Puede ser, pero a lo mejor es bueno.

—¿Cuáles son sus planes?

—Pues yo ya casi no tengo futuro. Cincuenta y nueve años ya te dan… ya te acuestas y dices: ¿Amaneceré? Pero, pues no, nada. Seguir igual. Yo escribo, vivo, soy muy solitario. A veces tengo planes que te parecerían increíbles. Por ejemplo, ahora tengo el proyecto de irme a pie desde aquí de la casa tuya hasta Tlapa, que son 150 kilómetros. Yo me pongo mi mochila y me voy, y entonces ando en pueblos, aprendo dialectos; yo algunos dialectos los conozco por mi convivencia con la gente. Y pues así es, ¿no? Es decir, un proyecto que tenga de que yo quiero hacer, pues no. Me pongo a escribir cuando siento necesidad de escribir. Ahorita estoy haciendo una novela y también estoy haciendo una cosa que se llama, tentativamente, Cosas y lugares misteriosos de Guerrero. Es decir, es un reportaje sobre cosas que he visto.

—Leyendas…

—¡No, más bien lugares y cosas! Cosas, cosas. Por ejemplo, encontré piedras labradas de toneladas de peso, encimadas en un pueblo, pero no una ni dos: ¡miles de piedras labradas encimadas! He encontrado cabezas de piedra labradas puestas como en la isla de Pascua —claro, no tan enormes, pero sí, grandes también—, en un cerro que le llaman Cabezas de Piedra. Es decir, ¡a Guerrero no lo conocen ni los guerrerenses! Encontré una laguna que hierve cuando estás parado junto a ella. Empieza a jalar, te vas retirando y la laguna va bajando su nivel; cavernas, pinturas rupestres… Todo eso que en mis vagancias he encontrado. Quiero dejar testimonio de ello a través de un libro que se llame Cosas y lugares misteriosos de Guerrero. Claro, eso ya va a ser con mi editorial. Todo lo de Guerrero lo hago con mi editorial. Mi novela sí la voy a dar a otra.

—Quiero hacer una pregunta, señor Juanito —dice mi compañero fotógrafo, Jaime Martínez—: ¿Qué grado de satisfacción le han dejado los libros que usted ha escrito?

—Mira, pues no, no tanta. Te repito, la satisfacción es cuando los escribes y cuando los terminas de escribir. Todo lo demás, pues… yo tengo un hijo, ese chiquito, y mi satisfacción es verlo crecer, y andar con él, y que se ría y demás; pero ¿qué pasa con mis hijos grandes? Se me salieron, ¿no? Entonces yo ya no sé ni qué hacen. Yo tengo un hijo que es actor en España, y a veces veo reportajes de él y digo, ¡caray!, pero es tan ajeno a mí que no soy yo. Entonces, los libros, ya cuando están en manos del editor, son otra cosa. Y ni siquiera cuando veo que mucha gente me pide autógrafos, cuando voy a alguna parte, me siento satisfecho; al contrario, me da miedo, me siento mal.

—¿Usted ha ido algún día a ver a sus hijos a España? ¿Ha viajado a España? —pregunta Jaime.

—No, yo no, ni creo que vaya algún día, porque no me atrae… Allá se recibieron mis hijos, han sido madrileños, de allá, pues.

Yendo en automóvil rumbo a su pueblo natal, Chilapa, este escritor nos cuenta una anécdota que ilustra la fama e importancia que tiene, pese a que muchos mexicanos todavía lo desconocen.

—Mira, aquí en Guerrero, en Iguala, por ejemplo, hay un matrimonio. Me platicaron. Dicen que el joven —el esposo es joven— fue a comprar Los domados a Porrúa, y la señora fue a comprar Un mexicano más, y los pidieron al mismo tiempo. Entonces el joven le dijo a la muchacha que si ya había leído Los domados. Ella le dijo que sí, y les di motivo para que platicaran, y se casaron.

Nos aclara que Los domados lo venden mucho tanto en Hidalgo como en el estado de México, y en otros países de Latinoamérica, en Guatemala y Costa Rica, sobre todo.

—¿No han relacionado Debe amanecer con el surgimiento de la guerrilla?

—No, y mira, yo fui amigo íntimo de los dos, de Genaro Vásquez y de Lucio Cabañas. A mí me enseñó a manejar Lucio Cabañas; éramos amigos pero inseparables. Yo jamás pensé que Lucio pudiera ser guerrillero, ¿no? Porque, pues, bueno, tenía inquietudes políticas, pero dentro del gremio magisterial, y cuando se fue de maestro a Atoyac, donde empezó la guerrilla, yo lo visitaba mucho. Jamás me habló de su proyecto de guerrilla. Yo incluso creo que surgió por las condiciones que… lo obligaron. Lo acusaron de haber provocado la muerte de algunas personas en un mitin que hizo contra la directora de su escuela. No estaba pensando en grande.

—O sea que las circunstancias, tanto a él como a los personajes de esta historia que narra, no les dejan otra salida más que las armas.

—¡Ándale, así fue! Y a Genaro Vásquez lo conocí en México. Yo estaba allá temporalmente, y él me dijo: “Te voy a conseguir un trabajo”. Él me decía paisanito. Dije: “Órale”. Él tenía mucho interés en que yo estuviera en México. Posteriormente aquí se realizó un movimiento para tumbar al gobernador, en 1960, y Genaro Vásquez participa. Yo soy miembro del comité de huelga, y luego del subcomité soy presidente, y expulso a Genaro del movimiento porque provocaba problemas de… ¡de violencia, pues!, cuando nuestro movimiento no era así, pero seguimos siendo muy amigos muchos días. Hay una agresión militar fuerte. Nos matan a más de veinte gentes en Chilpancingo, y esa agresión la vivimos Genaro y yo, porque estábamos juntos… El movimiento guerrillero de Genaro se provoca como dos o tres años después. Hoy acabo de regalar un libro sobre ese movimiento, porque una señora está haciendo su tesis sobre eso, y me dijo: “Quiero entrevistarte”. Digo: “No, mejor te regalo un libro que publicaron en aquella época”. Hoy se lo llevé.

—A usted se le conoce más como novelista, pero en estos momentos, como ahorita venimos platicando, da usted un panorama de sus grandes conocimientos acerca de los movimientos sociales de aquí de Guerrero, y vemos que ha estado muy relacionado con ellos.

—Hace poco publicaron un artículo en Reforma que se llamó “El vendedor solitario”, sobre cómo vendo libros sin publicidad.

Nos señala un depósito de agua y nos dice que así es el lago cerca del cual tiene la casa en la que está más tiempo.

—Hay muchos peces. Luego les digo a mis amigos: “¿Cuándo van?” Me dicen: “¡Sí! Quiero ver a las ejidatarias nadando”.

Entonces le hago un comentario acerca de su gran sentido del humor, que se nota sobre todo en Debe amanecer, donde se unen lo cómico y lo trágico de una manera inteligente. Al preguntarle si no ha pensado en escribir libros de humorismo agudo, contesta:

—Pero es que yo pienso que escribir no es una carrera. Es una forma de ser, nada más. Sí, porque si te propones vivir de eso, entonces tienes que pensar en escribir un bestseller, en escribir lo que a la gente le guste, no lo que sientas, ¿no?

—Quizás podríamos clasificar ya sus libros como bestsellers.

—A Un mexicano más, ¿no? Bueno, por ejemplo, Ahora que me acuerdo lleva tres ediciones en cuatro años, y realmente ha estado agotado. Lo que pasa es que el editor se mete en problemas económicos terribles. Entonces ya no puede sacar más. Yo no entiendo realmente cómo está la industria editorial. Igual está Quinto Sol… ¡Y Anaya está peor!

—¿Y qué piensa de Marcos, del EZLN? —interroga Jaime.

—Bueno, a mí me gusta muchísimo Marcos, incluso cómo escribe. Es un extraordinario escritor humorístico, además; satírico, extraordinario. Yo soy enemigo de la violencia, pero como he convivido mucho con las etnias, las guerrerenses, claro… —aquí tenemos cuatro: tlapanecos, mixtecos, amusgos y nahuas. Y los tlapanecos solamente existen aquí en Guerrero—. Y yo justifico…, no, no, más bien explico, no justifico, ¡explico el movimiento de Marcos! Me parece muy importante. A partir de Marcos los indígenas tuvieron un papel preponderante en la vida nacional, y empieza a tomárseles en cuenta, por eso ya Marcos logró un objetivo importante.

—¿Alguno de sus hijos manifiesta intenciones de ser escritor?

—Sí. Bueno, yo tengo una hija que es doctora, que escribe muy, muy bien. La otra vez leí un relato que hizo, que a mí me gustó muchísimo. Y mi hijo, el que es actor, hace crítica literaria, hace análisis literario. Y pues no sé yo qué vayan a hacer los chicos, ¿no? El que hace crítica literaria terminó el doctorado en artes escénicas, pero en Madrid.

—¿Y llegó un momento en que usted quiso terminar alguna carrera en específico?

—No. Fíjate. ¡Yo iba a la escuela por inercia! Realmente quiero decirte que para mí la escuela no constituyó ningún atractivo. Si tú dices, por ejemplo: “Mis hermanos no estudiaron”, yo no lo veo trágico, pero si tú me dices: “Yo soy doctor en tal”, tampoco lo veo como un éxito. Son, qué te dijera, condiciones distintas, pero ninguna es más que otra, ¿no?

Tenemos la oportunidad de platicar con el hermano de nuestro entrevistado, el señor Alberto, mientras nos encontramos detenidos al lado de la carretera, esperando que nos alcance el autobús de periodistas locales y nacionales que se dirige a Chilapa, como parte del recorrido organizado en parte por Juan Sánchez Andraka y financiado por la Coparmex de la Zona Centro de Guerrero, para difundir los atractivos turísticos de Chilpancingo y sus alrededores.

—¿Cuántos son ustedes de familia? —le pregunto a Alberto Sánchez Andraca.

—Doce hermanos.

—¿Viven todavía sus padres?

—Mi mamá sí. Mi papá ya tiene 20 años que falleció.

—¿Radican aquí? —pregunta mi compañero.

—Pues solamente tres no radican aquí. Es Juan, Gabriel y Sara. Son los que radican fuera de Chilapa.

—¿Recuerda usted alguna anécdota de su hermano de cuando era pequeño? —interrogo.

—Pues es que prácticamente a él ya lo conocí cuando venía de vacaciones. Es que desde muy chico salió a estudiar fuera. Aquí la educación era hasta la secundaria, nada más, y solamente recuerdo que cuando venía siempre organizaba circos, circos en los que nos hacía participar a todos, incluso hasta a los animales que tenían mis papás.

Más adelante nos platica que su padre editó la revista Catedral desde 1937 y que dejó de hacerlo hasta su muerte.

—Entonces todos trabajamos en esa revista, ¡vamos!, desde papeleros hasta cajistas, impresores, todas las labores de imprenta.

—Vaya. Entonces toda la familia ya tiene su experiencia en el ramo editorial. Claro, sobre todo su hermano Juan.

—Sí, eso precisamente yo creo que le brotó a él de que en la casa mi papá también tenía una librería. Y una forma de obligarnos a estudiar era que siempre hacía que consultáramos libros; ¡nada de decirnos! Íbamos, le preguntábamos de tareas o algo así y él siempre nos decía: “Consulta tal libro”.

—¿A qué otras actividades se dedicaba su papá?

—Pues él nunca fue campesino, pero en la casa siempre tuvimos animales domésticos, porque aquí todavía, hasta hace algunos años, la producción pecuaria, dentro de la ciudad, fue de traspatio. Es muy reciente la migración hacia el campo de la producción pecuaria. En Chilapa la ocupación básica es de tipo artesanal. Los que se dedican al comercio, o se dedican a servicios, siempre, en sus ratos libres, desarrollan alguna artesanía… Y entonces ustedes encuentran aquí artesanías desde muy rústicas, como son el tejido de petates, hasta artesanías finas, como es la platería y la orfebrería.

Don Alberto Sánchez nos guía por el mercado de artesanías de Chilapa.

Después de un tentempié en Zitlala, vamos al lugar de la última comida con los demás periodistas, antes de regresar a la Ciudad de México. Ahí nos tomamos la foto del recuerdo, en la que Juan Sánchez Andraka aparece al centro. Le entrego una copia mecanografiada de mi novela Una generación perdida y él me da un teléfono para mantener la comunicación. Nos alejamos rumbo a la terminal de autobuses.

Dos días después recibo un fax del escritor guerrerense en que me envía el texto para el prólogo de mi novela, la cual me dice que leyó dos veces el mismo día que se la entregué.

Éste es un fragmento del texto:

“Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente. Los personajes de Sergio Gaspar son auténticos. No fueron inventados. La realidad los parió, los relacionó y los hizo parte de la historia diaria. Es una realidad, a veces, cruel. A veces, emocionante y bella.”

Queridos amigos, espero que hayan disfrutado de esta segunda y última parte de la charla con el gran escritor guerrerense que ha sabido enseñarnos que el amor por nuestros semejantes siempre dará esperanzas de tener un mundo mejor.

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