Ha habido muchos músicos interesados en rescatar el espíritu del México del ayer, ese México de pueblos y ciudades empedradas, de grandes arcos a la entrada de las poblaciones o en las fachadas de las casas, de norias, de caballos y mulas distribuyendo alimentos y enseres diversos.
De niño, aún alcancé a ver subir frente a la casa, en la falda del cerro, a los caballos arrastrando polines, e ir con mis hermanos por la leche a los establos, así como visitar casas de adobe y con arcos cayéndose a pedazos, de cuando aquella colonia en los límites de Tlalnepantla era todavía un pueblo con su propia cárcel, la cual era de piedra y quedaba justo enfrente del panteón, uno ya antiguo y que sigue sin clausurarse. Igualmente, el edificio del pequeño presidio sigue en pie, pero ahora un comercio lo usa de bodega.
Hablo de una zona muy cercana al Reclusorio Norte, colindante con la mal llamada Ciudad de México, mal llamada así porque en lo que era el Distrito Federal abundan zonas rurales, y en la escuela primaria bien que se encargaron de hacerme diferenciar entre lo rural y urbano.
También me tocó vivir la época de una radio y una televisión que musicalizaban sus emisiones (incluso el programa de Chabelo) con piezas rancheras, boleros y otros ritmos nacidos en México o en otras partes de nuestra Latinoamérica.
Entonces empaparse de nacionalismo no era signo de fanatismo, sino que flotaba un amor genuino en el ambiente por nuestras raíces, nuestra tierra, nuestros rasgos autóctonos, ¡por nuestra soberanía!
En fin, volviendo al tema de esa música campirana muy nuestra, ha habido destacadas figuras empeñadas en impedir que muera. Que se modernice, ¡vale!; que se adapte a los tiempos que corren, ¡bien hecho!, pero que siempre haya quienes toquen y canten al modo del pasado, con esas tonalidades que suenan y saben a tierra de montaña, a hierba agreste, a nubes con formas de ensueño, construyendo sus propios valles y llanos en ese cielo con particulares tonalidades azules, tan especiales que no se ven en otros lados, el mismo cielo que contemplaron los mexicas y otros pueblos del México antiguo.
El primer nombre de un músico nacionalista mexicano que me viene a la mente es el de José Pablo Moncayo, pero igualmente sobresalen, en una larga lista dentro de la música sinfónica, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez y Julián Carrillo. Y ya en el terreno de la música popular, tenemos a otro Carrillo, a don Álvaro, y enseguida debemos citar al recientemente fallecido Óscar Chávez.
Al crear el guerrerense Álvaro Carrillo el bolero “El andariego”, quiso plasmar una realidad muy mexicana. En la época en que compuso dicha canción, estudiaba la carrera de ingeniero agrónomo en la escuela militarizada de Chapingo, que hoy es una reconocida Universidad. En ese tiempo se unió al Trío Los Duendes. No tardaría en dejar la agronomía por dedicarse de lleno a la música.
Hay una anécdota que cuenta su hijo Álvaro Carrillo Alarcón en la que revela que los versos “Perdona mi tardanza, te lo ruego, / perdona al andariego que hoy te ofrece al corazón”, se los dedica a una hija que murió poco después del nacimiento.