Se cuenta que en uno de los barrios más populosos de la ciudad de Puebla, a principios del siglo veinte, sucedió una insólita historia que raya en la leyenda y que aun estremece a los habitantes del lugar, pues donde actualmente hay un quiosco tienen visiones nocturnas de un puente de piedra fantasmagórico. Lo más terrorífico es que por el dicho puente desfila una procesión de columnas de humo con forma humana. Se trata, según los entendidos, de ánimas en pena que lanzan al viento una plegaria pidiendo el descanso de sus atormentadas almas.
Una historia que ha ayudado a entender el extraño fenómeno es la siguiente:
El joven Raúl Molina llegó a la ciudad para continuar sus estudios. Se trataba de un muchacho apuesto y de buen porte que llegaba ilusionado a la capital de su estado, pues ansiaba la libertad para vivir aventuras amorosas. Se preguntaba qué tipo de jovencitas conocería en las aulas de su nueva escuela cuando, al pasar por una estrecha calle rumbo a la casa de huéspedes donde se alojaría, vio a una muchacha asomada a su balcón, regando los jazmines que de él colgaban.
Su talle era llamativo, de modo que se detuvo a mirarla por un momento. Pese a que el sedoso pelo le cubría medio rostro, podía apreciarse que su belleza era notable; el iris era azul; sus rasgos, perfectos, y su sonrisa, que esbozó al descubrirlo, encantadora.
Raúl saludó con la mano, ensayando su gesto más seductor, pero la muchacha se puso de inmediato seria y desapareció, cerrando tras de sí la puerta.
Al joven le extrañó el brusco cambio. Creyó descubrir un enigma en el rostro de la joven, como si se avergonzara de algo, y juró hacer todo lo posible por resolver el misterio.
Decidió ir a tocar a la puerta de la muchacha y hacerse el extraviado para empezar a establecer contacto con ella.
Mientras esperaba, se arregló lo mejor que pudo el pelo y la vestimenta. Un minuto después apareció una amable señora cuyo rostro reflejaba una gran pena.
–¿Sí, joven, qué desea?
Raúl puso su mejor cara tratando de agradar a la señora y estiro el cuello por encima de ella, buscando a la muchacha del balcón.
–¿En qué puedo servirle? –insistió la dama.
–Perdón, señora, mire, yo, como usted verá, soy nuevo por aquí, y necesito hacer una llamada, pues me he extraviado. Sería usted tan amable de…
–Claro, pase usted, puede ocupar mi teléfono. ¿Por qué no? Está justo aquí, en la sala.
Raúl avanzó lentamente sobre la alfombra, queriendo retardar su visita lo suficiente como para encontrarse con la chica. Al no verla por ningún lado, no se sintió desanimado. Al tomar el auricular del teléfono, su mente de experimentado casanova estaba trabajando en los pretextos que inventaría para poder hacer futuras visitas.
La anciana se metió en la cocina y enseguida se abrió la puerta de arriba que daba justo a las escaleras. Raúl vio de nuevo el medio rostro de la muchacha e iba a hablarle cuando la señora vino casi corriendo de la cocina y blandiendo un gran cuchillo empezó a gritar:
–Cierra esa puerta, mocosa, o te voy a…
El muchacho soltó el teléfono, aterrorizado, y con paso apresurado pasó por detrás de la mujer hacia la puerta de salida. Aún alcanzó a oír el llanto de la muchacha y el sonido del picaporte al cerrar la puerta de su habitación.
Aquella noche, ya instalado en su cuarto, Raúl estuvo dando vueltas por entre los escasos muebles, cavilando en lo sucedido aquella tarde. La muchacha corría peligro habitando al lado de esa vieja loca.
En esa casa pasaba algo muy raro y él debía rescatar a la chica. Pero ¿cómo? ¿Acudiría acaso a la policía? No, él debería arrogarse el papel de héroe, con lo que la joven le estaría eternamente agradecida y los dos vivirían… ¿una aventura?
¡No! Ahora amaba sinceramente. Se habían acabado los juegos amorosos. Su vida entera dependía de ella. Estaban hechos el uno para el otro, lo sentía así en lo más profundo del corazón.
Con el ánimo arrebatado por la perspectiva de una vida dichosa al lado de su amada, Raúl se echó el abrigo a la espalda y encaminó sus pasos a la casa de ella. Se paró bajo el balcón de la chica y empezó a lanzar piedrecillas a los cristales. Insistió en su discreto llamado hasta que vio aparecer el ojo azul de cristalina mirada. Pero la sonrisa que esbozó ahora la joven lo dejó pasmado: en la penumbra parecía despojada de toda su inocencia. Ella levantó su blanca mano, que ahora a Raúl le pareció horrorosamente larga, y le señaló hacia abajo, a la puerta principal.
El muchacho se puso a la expectativa, aunque su amor se había enfriado por el diabólico nuevo aspecto de su amada.
–Vamos, no seas tonto, son sólo efectos de la escasa luz –pensó–. Ya sabes cómo cambia el contorno de las cosas incluso a la luz de las velas.
Escuchó pasos que bajaban y la chica apareció cubierta con una pesada bata de dormir. Le pidió silencio cruzando su larguísimo índice sobre los labios. También su ojo derecho parecía más grande y rasgado.
–No hables, mi abuela duerme, pero tiene el sueño muy ligero –cerró la puerta y empezó a andar sobre el empedrado. Al notar que Raúl no la seguía, volteó y puso un gesto angelical–. ¿No vienes?
Su voz tuvo el poder de vencer toda reticencia en el atrevido estudiante y fue tras ella apurando el paso. Sin embargo, no logró alcanzarla, pese a que ella parecía moverse lentamente.
–Esto es un sueño, una pesadilla –se dijo–. Pero ella es mi dueña ahora, y la acompañaría al mismo Infierno.
Parecía que ella nunca se detendría. Finalmente, cerca de los límites de la ciudad, aflojó el paso y dio la vuelta en la esquina de una casucha abandonada. En cuanto Raúl, corriendo, dobló aquella esquina, la encontró parada sobre un puente de piedra, acariciándose el cabello sobre el rostro. Se fue acercando a ella, sin poder resistir más el deseo de abrazarla y cubrirla de besos. Pero ya próximo a lograr su propósito lo detuvo un brazo firme como el hierro.
–Seré toda tuya, pero antes debes responderme unas preguntas.
–Claro, lo que tú quieras –dijo él, resollando, debido a la larga caminata y al ardor del deseo.
Ella continuaba peinando su pelo sobre el ojo izquierdo.
–¿Me amas?
–¡Lo sabes desde esta tarde!
–¿Sin condiciones?
–¡Te juro que es así!
–¿Me darías tu amor sin importar lo que soy? Debes saber que he venido muchas noches aquí, cada vez con un compañero diferente.
¡Cómo! De modo que de esto se trataba. Ahora entendía la reacción de la anciana esta tarde. ¡Esa joven era una ramera! ¡Así de simple era el asunto!
–¿Dinero? ¿Vas a pedirme a cambio dinero? Yo creí…
La joven levantó el cuello mirando al cielo estrellado y lanzó una risa ronca. Luego encaró al joven y volvió a poner una carita de ángel.
–¿Dinero? ¿Me crees una cualquiera? ¡No! Mírame bien –y entonces se descubrió la otra parte de su cara, que era la viva imagen de la Muerte.
–¡¡¡Nooo!!!
–¿Acaso no vas a besarme? ¿No te gusto así…?
–¡Eres una muerta! ¡Tú… tú…!
–¡Te equivocas! Estoy descarnándome lenta y completamente, pero sigo y seguiré viva. ¡Es el castigo de mi madre por haber fornicado con un sacerdote…!
Raúl no atendía a esas palabras.
–¡Aléjate de mí, engendro del Infierno! –dio un paso atrás y elevó un rezo–. ¡Padre mío! ¡Tú eres el amo y creador de…!
–¡Calla! ¡Maldito, pensé que me amarías pese a todo! Pero me has decepcionado, mundano infeliz, me condenas a la soledad y vas a pagarlo como los otros pretendientes.
Raúl trató de huir pero se encontró con un puñal en su camino, que se clavó en su pecho. Después, aquel ser, con su increíble fuerza lo lanzó al profundo río. Aún consciente y a la luz de los faroles, el joven descubrió que en el lecho había varios cadáveres de muchachos en diferente grado de descomposición, apresados por hierbas que semejaban brazos de esqueletos.
La asesina había errado esta vez, pues el tajo no había tocado el corazón. Raúl pudo nadar varios metros bajo el agua, no sin temor a ser apresado por las plantas, y emergió lejos de la vista de su atacante.
Desangrándose, llegó hasta la casa del párroco, a quien le narró lo acontecido. El hombre lo atendió lo mejor que pudo, pero el muchacho murió al cabo de pocas horas. El religioso dio parte a las autoridades y, cuando clareaba el día, el alguacil y varios hombres armados llegaron a la casa señalada por el joven, donde descubrieron el cadáver de la señora, quien había sido asesinada por su propia nieta. De la chica no hallaron rastro alguno.