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Relato de terror incluido en mi libro Historias reales de espantos y aparecidos
Éste fue el penúltimo correo electrónico que hace dos años recibió Azucena García de su ex novio Brian.
“He derramado muchas lágrimas por ti”, había escrito Brian como asunto a las 11:24 p.m. del 1 de abril. “Tiene años que no había llorado tanto. ¿Me comprendes? ¿Comprendes lo que significa para mí creer que había hallado a alguien que parecía interesarse por mí? Pero discúlpame, esto no tiene por qué importarte. Perdóname por atreverme a escribirte. Siento que hablo al vacío, siempre encuentro los peros. ¿Para qué hablar de mis necesidades, a quién le interesan? No le interesaron ni a mi madre, ni a mi padre, ni a ninguno de mis compañeros o compañeras de la escuela. ¿Soy invisible o transparente? Pero eso qué importa. Voy a morirme de todos modos, y cuánto lo anhelo, pues a mucha gente he suplicado su compañía casi de rodillas y se han burlado de mí o me han ignorado olímpicamente, como tú lo has hecho ahora. Dijiste que me querías sólo como amigo y eso yo no puedo soportarlo, por eso me voy a… ¡Pero a ti qué puede importarte!”
Después Azucena no supo qué pasó con Brian, hasta que recibió una llamada de la hermana, diciéndole que había encontrado su teléfono en la agenda del chico.
–Pero ¿qué pasó con él, cómo se encuentra?
–Se suicidó colgándose de un clavo en la pared de su depa. Lo supimos días después de que se quitó la vida, pues los vecinos percibieron el olor a descomposición.
Tras compartir el llanto con la muchachita, Azucena se sintió obligada a hacer una pregunta personal:
–Y ¿dejó algo para mí?
–Sí, te voy a leer el recado que dejó en un papelito: “Azucena, no te preocupes, voy a estar bien, pero donde quiera que esté, no voy a dejar de escribirte, pues nuestros intercambios de mensajes iluminaron mi vida cuando más infeliz me llegué a sentir”.
Tras despedirse, Azucena encendió la computadora para escribir en su diario electrónico sus emociones luego de recibir aquella noticia. Se mantuvo ocupada en eso casi una hora, siempre con los pañuelos faciales a la mano, pues de tiempo en tiempo le acometían ataques de llanto.
De pronto sonó el tono que le avisaba que tenía un nuevo mensaje en su buzón. No pudo creerlo: en la esquina inferior derecha de la pantalla de su computadora una etiqueta le decía que el mail era de Brian.
–Dios mío, ¿cómo?
Mientras exploraba velozmente todas las explicaciones posibles de aquel hecho, con mano temblorosa dirigió el cursor a esta etiqueta y abrió su cuenta de correo.
Mientras esperaba que se le mostrara el mensaje, la joven se preguntaba si no le había gastado una broma la chica que le habló, puesta de acuerdo con Brian, que de algún modo u otro trataba de fastidiarla por haber cortado la relación con él.
El mensaje, supuestamente de su exnovio, decía lo siguiente.
“Creí que iba a encontrar la paz, pero no he cierto. Los demonios se han apoderado de mi alma y estoy con otros suicidas en un valle de sombras y de dolor. Reza por mi alma. Ay, quiero salir de aquí. Por favor, ayúdame.”
Azucena, indignada ante lo que, en efecto, parecía ser una broma de mal gusto, marcó el mensaje como spam y lo borró de su computadora. Luego, furiosa, marcó al número de quien dijo ser hermana de Brian.
–¡Óyeme! –dijo en cuanto escuchó el “bueno” del otro lado de la línea, pero decidió tranquilizarse para aclarar mejor las cosas, así que suavizó la voz–. Escúchame, amiga…
–Sí, bueno, ¿Azucena?
–Sí. Mira, quiero saber si… alguien me está mandando mensajes de mal gusto desde la cuenta de tu hermano. Por cierto, ¿él no andará por ahí y los dos…? perdona, pero ¡creo que los dos se están riendo a mis costillas!
–Oye, pero ¿qué te pasa? ¿Crees que yo podría bromear con eso? Por si tienes alguna duda, consulta el periódico de hace una semana.
–Bueno, pero entonces… ¿quién me está mandando mensajes desde su cuenta?
–Nadie de la familia conoce sus contraseñas. Y él no tenía amigos, lo sabes, y si ni siquiera con nosotros platicaba de sus cosas. ¿Quién podría mandarte mensajes desde su buzón? Oye, ya me está entrando miedo. ¿No serás tú la que quiere burlarse de mí?
–No, no, ¿cómo crees? Oye, perdóname, pero…
–Pero ¿qué dicen los mensajes que has recibido?
–En realidad sólo ha sido uno –y le reveló el contenido.
Esa noche, tras comprobar por internet que el suicidio del joven apareció en algunos diarios amarillistas de ocho días atrás, Azucena decidió bloquear su cuenta de correo. Cabe mencionar que todo el tiempo que estuvo ante su computadora encendida, las manos no dejaron de temblarle ni de sudarle, y por ello a cada rato se equivocaba al escribir o hacer clic. Al fin, pudo poner la cuenta de Brian entre los correos no deseados y rogó a Dios que desde el más allá no pudieran desbloquearla.
Luego, pagó varias misas por el eterno descanso de Brian y, gracias a Dios, hasta ahora no ha vuelto a recibir ni un solo mensaje desde la dimensión de los muertos.