Fragmento del cuarto capítulo de mi libro ¡No más ansiedad en tu vida!
Hay una palabra de origen médico que se ha popularizado en la época contemporánea: ansiolíticos, que no son sino tranquilizantes.
Antes de continuar con este tema, debemos dejar claro que este libro es básicamente de carácter informativo y que sus recomendaciones para tratar la ansiedad son completamente abiertas para el público en general pero sujetas a lo que el médico familiar considere como lo mejor para cada paciente, según el grado de incremento o disminución de este padecimiento que se haya visto en él. Y si se ha optado por seguir tratamientos alternativos que incluyen el aspecto espiritual del ser, debemos recordar que ningún medio para alcanzar la salud debe estar peleado con la Medicina, ya que, como dicen los abuelos, el mejor médico es Dios mismo y él ha puesto en las mentes de sabios e investigadores las claves para hallar en la naturaleza misma los principios activos con que se producen muchos medicamentos que han ayudado a incrementar el promedio de vida de las personas y a mejorar la calidad de la misma.
¿Qué sería de nosotros en la actualidad sin, por ejemplo, las penicilinas? Se dice que sus efectos como antibióticos bactericidas se descubrieron por accidente, sin embargo, hay quienes preferimos creer que en la economía de Dios nada se desperdicia y que no se mueve la hoja de un árbol sin su consentimiento o intervención.
Pero abordemos el interesante tema de los ansiolíticos. Hay quienes les temen ya que se les ha hecho mala fama a los medicamentos controlados, si bien no toda sustancia ansiolítica entra en este grupo, pues puede estar, por ejemplo, en una planta recomendada para los nervios. Pero ¿en realidad son tan malos los fármacos ansiolíticos como para que generalmente empeoren la condición del paciente y causen adicción?
Empecemos por decir exactamente qué son y para qué fueron creados y aclaremos de una vez que comúnmente se ingieren sin la aprobación de un médico por la prisa de calmar un quiebre de los nervios.
Los ansiolíticos fueron elaborados para combatir estados realmente graves de ansiedad, es decir, cuando esta ya es patológica y otros medios no ayudan mucho o nada a que el paciente se tranquilice. Aquí no está de más añadir una advertencia: más vale prevenir que lamentar, así que hay que evitar situaciones desencadenantes de cualquier mal y recordar que todo padecimiento será tratado más eficazmente por la ciencia médica mientras más pronto se le atienda, ya que no existen remedios mágicos ni demasiado rápidos como para devolver la salud en cuestión de horas o días a quienes la han descuidado frecuentemente y durante largos periodos.
Quedará más claro el tema si facilitamos para todos el lenguaje médico. Sépase entonces que las benzodiacepinas, el grupo de fármacos en que están incluidos los ansiolíticos, tienen el propósito de actuar directamente en el cerebro principalmente para hacer que entre las neuronas la transmisión de información se ralentice (es decir, que se vuelva más lenta), para lo cual incrementan el trabajo del neurotransmisor GABA (ácido gamma-aminobutírico), que es un neurotransmisor inhibitorio. El propósito es provocar una acción depresora en el sistema nervioso central.
Debemos enfatizar que un ansiolítico busca reducir o eliminar los síntomas de la ansiedad pero sin causar sedación, es decir, sin provocar sueño. Básicamente se trata de que calme la hiperexcitabilidad nerviosa, o sea, la excitabilidad excesiva, y de hacer que baje la actividad del paciente, que por lo común se muestra inquieto cuando su mal aumenta, yendo de un lado para otro, moviendo constantemente las extremidades y a veces hasta se pone a hablar solo o se pone a gesticular. En ocasiones se sobará el rostro, pues siente que se le adormece, y taconeará si está sentado.
En ciertos casos, cuando la persona ansiosa no puede calmarse, llegan a prescribirse como ansiolíticos los hipnóticos en pequeñas dosis para que hagan la función de sedantes. También, en lugar de los ansiolíticos, se recetan algunas drogas conocidas en la jerga médica como recreacionales o recreativas, como el etanol (alcohol etílico o simplemente alcohol). Esto nos trae a la mente una escena común de las películas en que el personaje que está a punto del desmayo o de perder el control se apresura a tomarse unos tragos.
Por supuesto, lo mejor es que un médico prescriba qué cantidad de alcohol se le puede dar al paciente para calmarlo. Y esto nos lleva a un asunto de mucho cuidado al emplear ansiolíticos: éstos, al igual que el alcohol, pueden generar dependencia, es decir, adicción, lo cual complicará aún más la vida del paciente, y si éste, consciente de todos los problemas que le acarrean a un individuo las adicciones, trata de dejar de una vez por todas los medicamentos que se le recetan, sufrirá el síndrome de abstinencia, que lo pondrá aún más ansioso y además padecerá fuertes dolores de cabeza. Por esta razón, las recetas médicas de ansiolíticos sólo se dan cuando es realmente necesario y tomando muy en cuenta las características del paciente y el tiempo en que debe tomarlos en dosis muy controladas.
Sobre este tema de la farmacodependencia, debemos puntualizar que solamente el uso prolongado en dosis terapéuticas puede producir dependencia y síndrome de abstinencia o supresión después de un tratamiento de cuatro a seis semanas, lo cual ocurre sobre todo cuando se trata de benzodiazepinas de corta duración, como el alprazolam, el cual, por cierto, es un ansiolítico que se receta para crisis de angustia o ansiedad pero que puede aumentar el riesgo de problemas de respiración graves, entre otras cosas, si se le combina con determinados medicamentos.