Cuentos mexicanos de horror

Éxito de ventas por la difusión boca a boca

Este libro reúne 10 cuentos mexicanos de terror escritos con tal maestría que nada les piden a relatos clásicos del género creados en otras latitudes y épocas. Su primera edición consistió de un tiraje de mil ejemplares en impresión rústica, el cual se agotó en una semana por la difusión de boca a boca, por lo que se reimprimió en poco tiempo, y nuevamente bastó una semana para que desapareciera de los anaqueles. Este ritmo de ventas se mantuvo hasta por siete ocasiones, lo que llevó a la editorial a lanzar una edición empastada de 10 mil ejemplares y a publicar una versión para niños, tanto en rústica como en pasta dura, esta última también de 10 mil ejemplares.

El cuento «Las bestias diminutas», que narra la historia de una posesión demoniaca, fue llevado al teatro por el mismo autor y tuvo gran éxito. Casi todos estos relatos se pueden hallar en internet en videos realizados por diferentes lectores.

Cuento «Las bestias diminutas» (fragmento)

En una charla de sobremesa tras la cena de Nochebuena, los invitados de la familia Alcántara oyeron la siguiente historia digna de figurar en el catálogo de los hechos más aterradores de nuestros días.

Felipe Armenta, joven médico de un prestigioso hospital, tras escuchar algunos chistes macabros, encendió un cigarrillo y se acomodó en su silla para referir ciertos sucesos extraordinarios que consiguieron poner nerviosos a sus escuchas. Después de echar un vistazo a los juguetes que acababan de poner los señores de la casa bajo el árbol de navidad, comenzó su relato con estas palabras:

–Aprovecharé que los niños se han ido a dormir para hablar al fin de cómo las criaturitas pueden llegar a ser víctimas fáciles de los demonios.

–Válgame Dios –dijo la abuela–, cuente pues, aunque no creo que llegue a asustarme ni tantito. Qué no habré visto yo en tantos años de vida…

–Podría asegurarles que no han visto nada de esto, y quiera Dios que no enfrenten, en toda su vida, algo así.

–No nos mantengas más en suspenso –pidió el dueño de la casa, palmeándole la espalda– y dinos ya de qué se trata.

–Sería mejor decir “de quién”. Y voy a adelantarles el meollo del asunto: mi historia se refiere a una intrusa en el seno de una familia… –se detuvo un momento para aspirar el humo del cigarro y estudiar los rostros de los presentes, para asegurarse de que había atraído toda su atención; entonces disparó lo siguiente para aumentar el interés–: digamos, de una familia como ésta.

–Oooh –exclamaron varios y hubo risitas nerviosas.

La puerta y las ventanas estaban abiertas de par en par y podían apreciarse las calles desiertas alumbradas por incontables series navideñas. En verdad no parecía el ambiente adecuado para contar una historia de terror.

Algunos ruidos indefinibles fueron atraídos por el viento y una joven embarazada se acurrucó en los brazos de su marido para oír el inicio de la historia.

–Cuando vi por primera vez a la intrusa, fue a través de la ventanilla polvosa de mi auto. En ese lado daba de lleno la luz matinal, y por ello la visibilidad era malísima, de modo que creí que se trataba de una ilusión óptica. Yo circulaba por una avenida de Polanco rumbo al trabajo, entre altos edificios de departamentos. En uno de la planta baja estaba esa… mujer de pequeñísima estatura que parecía moverse dificultosamente junto a los cristales. Me daba la espalda y pude apreciar su pelo negro y su vestido encarnado. Me pregunté si parecía tan diminuta por hallarse al fondo de la habitación, pero no; como dije, estaba a poca distancia de la ventana. ¿Ilusión?, pensé de nuevo esperando que el semáforo cambiara al verde. ¿Quizá una niña nacida antes de tiempo, o tal vez un gato negro arrastrando una tela roja? Seguí mi camino al trabajo y me olvidé de aquella visión.

Al anochecer, de regreso a casa, las persianas de aquella ventana estaban cerradas y en los siguientes días constaté que por lo común se hallaban así.

Fue una gran coincidencia (la vida está llena de coincidencias) el que un nuevo compañero de trabajo tuviera su departamento justo en ese edificio, en el primer piso. Varios de sus amigos fuimos invitados a festejar su sorprendente ingreso a la junta de directores. Nos corroía la envidia, pero teníamos que disimularlo. Imagínense, ¡había pasado por encima de quienes llevábamos años desempeñándonos excelentemente en su misma especialidad!

Llegué a la fiesta un poco retrasado. Los escalones comenzaban frente a la que supuse era la puerta de la… mujer diminuta. “Pero, por favor, me dije, ni siquiera estás seguro de que viste aquel ser”.

Justo al poner el pie sobre el primer peldaño, se oyó girar el picaporte de aquella puerta y vi salir a una familia. Los esposos tenían los rostros demacrados y lo más triste era que la niña que llevaban de la mano presentaba un aspecto enfermizo; la pequeña tendría unos cinco años.

Vaya, sentí un alivio, de modo que era esa niña a quien había visto aquella no lejana mañana a través de la ventana. Subí rápido el primer tramo de la escalera no muy convencido de mi razonamiento. No podía engañarme, esta chiquilla excedía en mucho el tamaño del ser que me había inquietado días antes. En ese instante escuché un alarido y volteé. La niña había caído al piso y se convulsionaba como una epiléptica. (FIN DEL FRAGMENTO.)