Mi libro El muñeco furioso… aparenta ser para niños, pero nada más lejos de la realidad. En los cuentos que incluye se exploran nuevas maneras de aterrorizar haciendo constantes vueltas de tuerca. Les comparto «El monstruo invisible».
El monstruo invisible
Esa tarde, el sol hacía zumbar miles de formas de vida entre la hierba verde, en el aire dorado y húmedo y bajo el agua agitada.
Pablo y Bruno, de ocho y doce años, intentaban pescar sentados en la orilla del río. De pronto Pablo dijo en tono de queja:
–Bruno, cuando te vayas a vivir a la ciudad, ya no voy a tener con quién venir aquí, y eso de verdad me entristece.
–Por eso debes hacer más amigos –respondió tranquilamente Bruno.
–Ya sabes que en la escuela todos son antipáticos, y cuando te vayas nadie va a protegerme de los niños que me molestan.
–Pues entonces inventa un amigo, pero que tenga muchas fuerzas.
–¿Que qué?
–Mira, Pablo, antes de que vinieras a vivir aquí y nos hiciéramos amigos, yo me sentía muy solo, así que me imaginé que tenía como amigo a un monstruo bueno, con el que me la pasaba platicando todo el día y hasta parte de la noche.
–¿A poco? ¿Y cómo se llamaba?
–Si te dijera su nombre te iría muy mal. El nombre sólo debe saberlo el dueño. Si otro niño sabe cómo se llama tu monstruo imaginario, puede ser peligroso para él. Además, el nombre no lo eliges tú, sino que tu monstruo te dice cómo debes llamarlo.
–Pues si los monstruos imaginarios son peligrosos, ¡entonces más vale no inventarlos!
Bruno chasqueó la lengua en señal de desaprobación:
–No entiendes, Pablo. A veces es bueno que sean malos, pero con los otros, con los niños que te molestan. ¿Me comprendes? Sólo a los que odias puedes decirles el nombre del monstruo, ¡y así él les dará una paliza!
Pablo había estado muy atento y murmuró:
–Ojalá que eso fuera verdad.
–Claro que lo es.
Siguieron hablando de otras cosas, hasta que empezó a oscurecer.
Mientras volvían a casa, Bruno iba inventando una canción, y de pronto dijo una palabra muy rara: Abimak.
–¿Qué dijiste? –preguntó Pablo–. ¿Quién o qué es Abimak?
–¡Vaya! ¿Yo dije eso? –exclamó Bruno, poniendo cara de susto.
–Sí, lo acabas de decir.
–¡Oh, rayos! Debes tener cuidado, amiguito, pues… ¡así se llama mi monstruo! Ahora él te puede hacer daño.
Entonces Pablo creyó ver en medio del bosque a una criatura con cuatro brazos y cuerpo alargado, que corría justo hacia él.
–¿Ves lo que yo veo? –preguntó.
Bruno no veía más que sombras.
–¿Qué cosa?
–¡Ahí, ahí! ¡Un monstruo viene hacia acá!
El niño mayor volteó hacia todos lados.
–¡Estás loco, yo no veo nada!
–¡Sí, Bruno, ahí viene! Tiene que ser tu monstruo. ¿Puedes pedirle que no me haga nada?
–No seas tonto, nadie puede contenerlo ahora. Mejor corre. Pero ¡ya!
Pablo se perdió en la oscuridad sintiendo que tras él, dando grandes pisadas, iba Abimak.
–¡No, hacia allá no! –gritó Bruno, pues hacia donde iba Pablo había una barranca–. Demonios, ¿ahora cómo le hago para detenerlo? Yo sólo estaba bromeando, y ¡él que todo se lo cree! Los monstruos no existen, pero Pablo tiene mucha imaginación –entonces dijo con todas sus fuerzas–: ¡Pablo, ya detente! ¡Abimak no existe! Ningún monstruo te está persiguiendo, ¿me estás escuchando?
En esos momentos se oyó un gran rugido y luego un grito de horror.
Poco antes de llegar a la barranca, Bruno encontró la caña de pescar de Pablo. Horas después llegaron la policía y los rescatistas, pero ni en el fondo de la barranca pudieron hallar al niño.
Por los alrededores había muchas huellas extrañas. Parecía que las había dejado un animal desconocido de patas enormes y afiladas garras.