En esta edición de El Lazarillo se ha modernizado el lenguaje sólo lo indispensable para mejorar la comprensión y facilitar el disfrute de una obra que ha atravesado ya varios siglos. Los cambios obedecen a la natural evolución del español, que, como todo lenguaje, cambia continuamente, y lo que ayer era del todo aceptable y entendible, hoy no lo es, como no será comprensible para el hispanohablante del futuro el español de la calle que se usa en la actualidad.
Por otra parte, las aclaraciones de tipo histórico, social y lingüístico van a pie de página y los añadidos en expresiones coloquiales del siglo XVI se hacen entre corchetes. Ejemplo de esto último es el siguiente fragmento: “…siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, [gracias] a [los] que nos calentábamos”. Como se ve, los añadidos, sin alterar de modo significativo el estilo del original, contribuyen enormemente a hacer una lectura fluida de El Lazarillo.
Esta edición está enriquecida con los seis fragmentos que se integraron a El Lazarillo en la edición de Alcalá. Dichas partes, algunas de gran extensión, las hemos puesto al final del tratado en el que aparecieron, para no entorpecer la lectura, pero a la mano de quienes, por curiosidad, deseen consultarlas. Hay que dejar en claro que no son producto de la pluma del autor original, puesto que chocan con su estilo. Por momentos, en esas interpolaciones se nota que se intentó suavizar la crítica social. En la que se integró al final del Tratado quinto, es evidente que se pretendía atenuar el tono anticlerical de la obra. Hubo quienes supusieron que tales interpolaciones correspondían al borrador de El Lazarillo, pero esta opinión, por lo que acabamos de afirmar, no nos resulta convincente.
Estamos invitados a adentrarnos con buen ánimo en las peripecias de un pícaro que, con gran candidez, mucho nos enseña de valores humanos hablándonos de antivalores y antihéroes.