Mariana era una hermosa dama que vivía en la Ciudad de México en la época en que el reino español dominaba estas tierras. Esta joven actuaba como una diva en los escenarios, debido a que poseía una voz que muchas otras artistas de la época anhelaban. Pero además le envidiaban el cuerpo bien formado y ser el centro de atención de los hombres más atractivos de la aristocracia.
Mariana no se caracterizaba por su amabilidad y sencillez; por el contrario, era tan arrogante que menospreciaba a casi todo mundo. Con esta actitud muy pronto se ganó el desprecio de muchas personas, que siendo víctimas de su mal carácter, empezaron a desearle todo tipo de desgracias.
La diva no sólo mantenía romances pasajeros con caballeros solteros, sino también con aquellos que estaban comprometidos, y hasta con los casados. Es por ello que, durante sus presentaciones, las otras mujeres no perdían de vista ni un momento a sus maridos. Estaban muy al pendiente, ya que Mariana solía sonreírles y guiñarles el ojo, acciones que enfurecían al público femenino y que orillaban a las féminas a unirse para acabar con los coqueteos.
Se sabía que Mariana vivía lujosamente y gustaba de las joyas más caras, sin embargo, este modo de vida no era producto de su trabajo, sino de sus constantes idilios con hombres de la aristocracia, quienes, para poder disfrutar unos momentos a solas con la seductora mujer, le ofrecían buena parte de su fortuna, y sabían que para seguir gozando de sus favores, cada vez debían darle un obsequio más caro.
Cuando Mariana se aburría de su amante en turno o cuando éste ya no tenía nada que ofrecerle, le despedía sin más ni más. Varios desafortunados y una gran mayoría de mujeres engañadas intentaron que la Santa Inquisición se hiciera cargo de ella, pero nada daba resultado, puesto que ella también había conquistado al virrey, y para ello había bastado que posara sus ojos en él. Cuentan que precisamente su mirada era una ventana al infierno.
Una noche, el enamorado virrey ordenó llevarle serenata. La mujer salió al balcón con actitud altiva y, en agradecimiento, les mandó besos a todos los hombres presentes ahí; este comportamiento resultó provocador para algunos, pero, sobre todo, indignó a las mujeres que presenciaron el suceso. La molestia hizo eco en todos los rincones de la ciudad.
Debido al gran número de acusaciones de brujería y práctica de la lujuria que se levantaron contra Mariana, el virrey fue destituido. Entonces el Santo Oficio hizo lo suyo: una noche los alguaciles entraron a la casa de ella y la aprehendieron sin explicación alguna.
Antes de trasladarla a donde sería torturada, le colocaron una venda en los ojos, pues habían oído el rumor de que su mirada era capaz de hechizar a todos los hombres. Entonces los inquisidores se ensañaron con ella. Primero la desnudaron y posteriormente la encadenaron, cual perro rabioso.
Según la leyenda, le cercenaron los pechos y fue vejada sexualmente. Debido al resentimiento social contra ella, nadie intercedió en su favor. La noticia de su castigo llegó también a oídos de quienes no tenían motivos para odiarla, sino que, al contrario, consideraban injustos los tormentos a que era sometida, pero ninguno se decidía a prestarle ayuda por temor a ser acusado también de herejía, brujería y lujuria. Sin embargo, Mariana no se confesó culpable, se negó rotundamente a aceptar las acusaciones y murió víctima de las insoportables torturas que tuvo que padecer. No se sabe qué pasó con sus restos. Se rumora que se incineraron; otros dicen que se dieron a comer a perros hambrientos. Lo cierto es que hoy en día mucha gente jura que Mariana permanece en el lugar donde fue martirizada, en el antiguo palacio de la Inquisición, y quienes circulan a ciertas horas de la noche por la calle de Brasil, en las cercanías de la Plaza de Santo Domingo, aseguran haber visto la silueta de una mujer de talle esbelto y erguido en las alturas de dicho Palacio, la cual parece llenar con sus airados lamentos cada rincón del mismo.