Les comparto un relato sobre la inconstancia de las decisiones humanas. Algunas personas no cambian a pesar de dolorosas experiencias en que han jurado enmendarse. Mi inspiración han sido los grandes escritores rusos del siglo XIX, como Dostoievski y Tolstói. Deseo que lo disfruten.
El granjero Foma amaneció terriblemente seco ese día, más seco que las tablas de su carreta durante la canícula. Había vuelto a beber pese a que había prometido no volver a hacerlo nunca más desde que su nieta Darinka se había ahogado en el río, mientras él estaba ahogado en vodka entre los cerdos que había ido a alimentar aquel día. Se había apurado a hacerlo, pues su yegua estaba por parir y tenía que despertar a su nieta para que juntos fueran al granero que estaba al otro lado del río, donde se encontraba tendida la futura mamá en una cama de heno; mas esa mañana, de tanto beber, Foma se sentía muy mareado y se sentó en su porqueriza a descansar un rato. Pero terminó quedándose dormido junto a los animales de su granja. Darinka despertó en la cabaña y fue a buscar a su abuelo. Subió al puente y cayó a la fría corriente.
Su hija Nastia y su yerno lo despertaron en aquella ocasión con baldes de agua y golpes de trancas. Estaban furiosos y desechos por el dolor.
Ese mismo día, ante la imagen de la Virgen, Foma había jurado mil veces que el alcohol no volvería a tocar sus labios, pero aún en medio del terrible dolor que lo aquejaba por la pérdida de su única nietecita, una sonrisilla malévola asomó a su rostro: entonces bebería succionando el vodka con una caña. Se abofeteó un par de veces con toda la fuerza que un granjero puede tener. ¡Cómo podía ser tan cínico!
Y ahora, apenas tres meses después de aquel terrible día, Foma Fomóvich venía de nuevo a la aldea con una resaca terrible, conduciendo su carreta repleta de huevos. Bajo el sol de verano su cara empezó a abotagarse cada vez más y sus piernas y sus manos comenzaron a temblarle. Tuvo que detener a su flaca yegua y bajar a vomitar. Sus pujidos se oían desde varias verstas a la redonda.
Cuando creyó haber descargado todo lo que había cenado y desayunado —lo cual había sido muy poco, pues sabía que con el estómago repleto le costaba más trabajo embrutecerse con el alcohol—, fue tambaleante hacia su carreta a hurgar entre el heno que resguardaba los huevos. Tenía la esperanza de que ahí se mantuviera oculta una botella de “su medicamento”, como llamaba él al vodka. De hecho, ocultaba por toda la casa y en algunos lugares del bosque pequeñas porciones de alcohol, pero algunas habían desaparecido; seguramente habían sido descubiertas por su hija Nastia, quien tenía la manía de merodear por su granja y los alrededores cuando lo creía dormido o ausente.
Mientras Foma hurgaba en su carreta con los ojos casi saliéndosele de las cuencas, oyó unos pasos a sus espaldas, y luego una voz gruesa y franca:
—Amigo Foma, no dejarías a un pobre viejo seguir a pie hasta la aldea, ¿no es así?
El granjero volteó de inmediato con cara de haber sido descubierto en una gran falta.
—¡Pope! —Foma inclinó la cabeza e iba a besar la mano del sacerdote, pero dejó sus labios a prudente distancia de ella, pues sentía aún el sabor del vómito.
—Pero ¿qué buscas, mi buen amigo? No me digas que… Pero ¡mira qué cara traes!
Foma hizo pucheros y terminó cayendo al piso entrelazando los dedos de sus manos. De entre sus párpados firmemente cerrados escaparon algunas lágrimas.
—¡Le juro que lo he intentado todo! Llegué incluso a suplicarle a mi yerno Basiliev que me amarrara a una tranca para no acercarme al vodka durante la noche, pues mientras estoy trabajando, durante el día, me mantengo alerta; pero en la noche, en una especie de sonambulismo, corro a donde he ocultado las botellas y…
—Ah —dijo el padre con cara de entendimiento mientras metía las manos a la carreta, luego de ver el brillar el vidrio de una botella entre el heno—, entonces durante el día no estás tan alerta como dices, si te das tiempo de esconder y buscar… ¡esto! —el padrecito sostenía por el cuello una botella de vodka.
Foma tendió ansiosamente los brazos hacia aquel tesoro recién descubierto.
—¡Es usted un mago! ¿Cómo la encontró? Estoy seguro de que busqué bien.
—No hay nada de magia en esto. Tienes que entender que en este mundo, si estás bien con Dios, vas a encontrar lo que necesitas, no lo que te daña.
Foma puso cara de no entender absolutamente nada.
—No me digas que es la primera vez que buscas y rebuscas sin hallar lo que deseas, pero cuando te has dado por vencido y aquello ya no es una obsesión ni un peligro, ¡pum!, ¡sí, como por arte de magia, ahí está!
El granjero entrecerró los ojos al recordar, que, en efecto, así le había sucedido varias veces. Al buscar las llaves del granero, e incluso algo más grande, como las cinchas de su yegua.
—Sí, me ha sucedido —dijo mientras ayudaba al pope a subir al estribo de su carreta—, pero pensé que eran los duendes quienes me escondían lo que buscaba.
—Bah, tonterías. Espera, conduce más despacio, ten cuidado con mi espalda.
Ya acomodado junto a él, Foma tomó las riendas y golpeó a la yegua.
—Por favor, hágame creer que son los duendes, y no mi hija, los que me han despojado de varias de las botellas que he ocultado, pues la odio cada vez más hasta ya no soportar su presencia. Desaparecieron un par de botellas de ahí —señaló con sus dedos gordezuelos—, del hueco de ese tronco donde ahora dicen que se aparecen pequeños seres con gorros puntiagudos.
—No insistas, Foma, eres muy inteligente como para creer en ellos. Pero ¿no te parece curioso? Un momento estás llorando de arrepentimiento por haber bebido y por el ansia de querer seguirlo haciendo, y al siguiente instante estás furioso porque quienes te aman te impiden beber.
—Ah —Foma puso cara de entendimiento—, entonces sí es mi hija la que… Pero y ¿usted cómo lo sabe? Y ¿cómo es que ella las huele?
—Y ¿qué tal si ha sido Dios quien la guía? Él nos ha dado libertad para obrar bien o mal, pero a ciertas personas obstinadas, como tú, a veces les da una ayudadita extra para que vayan por el camino correcto. Él sabe que a veces nuestras cargas son demasiado pesadas y él se ofrece a quitarnos una parte.
—¿Quiere decir que a los más tercos nos cuida más…?
—No, no a los más machacones, sino a los más frágiles, a los que tienen que luchar contra potentes y obsesivos deseos, pero, ¿sabes qué?, lo mejor es dejar de luchar y dejarse caer en los brazos de Cristo. ¿Conoces aquella famosa y bella historia de enseñanza en que un hombre se queja de que, luego de que Cristo le prometió estar siempre a su lado, sólo ve un par de huellas en la arena? Se siente abandonado, pero ¿qué contesta el Señor a ese reclamo?
Foma conocía la respuesta, ¡vaya que si la sabía al dedillo!, pues iba a misa todos los domingos y en los pocos ratos libres que tenía durante la semana, pero ¿por qué había dejado todo lo de la iglesia en la iglesia y no lo había aprovechado en su vida diaria? Contestó:
—El Señor le dice: Ves sólo un par de huellas… hijo de perra… Discúlpeme, padre, le… le hablaba a este caballo testarudo. Sí, bueno, nuestro Señor le dice: Sólo hay un par de huellas porque yo te llevaba en mis brazos.
—Así es —sonrió el pope por primera vez—. Pide a Dios, pero él no te dará lo que te haga daño. ¿Tú le habrías dado una serpiente a tu hija Nastia? ¡Claro que no! Y eso que no eres el mejor de los hombres.
—Pero ella nunca me pidió serpientes, ni yo se las he pedido a Dios.
—Vamos, mi buen Foma, quiero decir que si tu hija te pedía pan, le dabas pan, no veneno. Tú pides veneno, Dios lo aleja de ti o te quita los medios para alcanzarlo; claro que si tu deseo es ferviente, Dios no evitará que al fin, despierto o dormido, halles el modo de conseguir lo que buscas. Después de todo, eres libre. ¡Sí, Dios nos ha dado voluntad e inteligencia! Sólo recuerda usarlas adecuadamente.
Foma entonces recordó para qué quería las llaves del granero y la cincha aquella tarde de tormenta en que no las halló. Pese al mal tiempo, quería ir a galope tendido al pueblo para conseguir vodka. Tal era su ferviente deseo que no consideró los enormes peligros que correría en el camino. Después se enteró de que las fuertes corrientes habían hecho que algunos viajeros murieran ahogados.
De pronto la carreta dio un gran brinco.
—¡Por favor, Foma, ve con más cuidado! Evita las piedras del camino. No sólo mi columna, sino mi cadera están ya fuera de su lugar —al decir esto, el padre volteó a ver el cargamento de huevos—. Pero ¿cómo puedes conducir así, tan descuidadamente, si traes esa carga tan frágil?
—Ah, padrecito, Dios se encarga de que no sufran daño. En los veinte años que llevo recorriendo este camino con esa misma carga, nada les ha pasado.
El sacerdote miró socarronamente a Foma un momento y luego le dijo enfáticamente:
—Además de inteligencia y voluntad, ¡aunque mal usadas, amigo!, tienes una fe inquebrantable.
—Si con “inquebrantable” se refiere también a los huevos, le diría que sí. Bueno, no son del todo irrompibles, deberán quebrarse, sí que lo harán, cuando lleguen ante la sartén. Entonces, por más que chillen de horror y pidan ayuda a Dios, se irán al aceite hirviendo.
El pope rio de muy buena gana.
—Pero ¿tú tienes fe en que, a pesar de las vicisitudes del camino de tu vida, Dios impedirá que te quiebres? Llegará tu momento, claro, y el mío, y el de todos, aunque espero que en nuestro caso no se trate de caer en el aceite hirviente, sino en las blandas nubes del cielo. Pero bueno, atiende a lo que te decía: ¿tienes fe en que Dios cuidará de ti aún?
—Pues… —Foma se mordió y remordió los resecos labios—, fe en el Señor sí que la tengo, pero en mí… —bajó el rostro apesadumbrado—. Padre, para qué torturarme con esa pregunta, si usted sabe muy bien que he perdido la confianza en mí mismo. Por cierto —el granjero fijó la vista en los brazos de su acompañante—, padre, ¿dónde ha dejado la botella?
—No creerás que me la he bebido, ¿verdad?
—Bueno, la verdad es que ustedes bien que beben en la misa. ¡Ea! Mi inteligencia me acaba de traer una gran verdad: ¿Por qué no he de beber si Dios santifica el vino?
En esos momentos se oía el rumor del río, sobre el que se tendía un frágil puente que la carreta de Foma había cruzado por un par de décadas sin problema; era, por cierto, el mismo río que pasaba al lado de la granja de este pícaro personaje.
—Escucha el río —el padre se había puesto muy serio, incluso pálido; era severo lo que tenía que decirle al viejo Foma—. Escucha lo que tiene que decirte para que recuerdes por qué prometiste a la Virgen ya no beber. Aunque no tenías que prometérselo a ella, ¡sino a ti mismo, y de corazón! Pero no es que no puedas dejar de beber —el pope palmeaba la espalda del granjero—, ¡es que en realidad no quieres dejar de hacerlo! —y estas palabras fueron acompañadas de una palmada más fuerte.
Foma sintió apenas el golpe porque en esos momentos empezó a llorar abundantemente y en silencio mientras cruzaban el puente de tablas, que se movía mucho.
El padre, con todo y su gran fe, tuvo miedo de que las viejas tablas y las podridas cuerdas del puente se quebraran.
Foma estaba ensimismado en sus recuerdos, en que lo deslumbraban, igual que los destellos del sol sobre la corriente del río, los ojos de Darinka; aquellos habían sido enormes y llenos de ganas de vivir.
Cruzando el río, el camino se quebraba a la derecha, y al dar la vuelta uno de los huevos escapó de la carreta.
De reojo, el padre notó la mancha blanca que rodaba sobre la hierba.
—Mira eso. Algo habrá escuchado de la sartén ese huevo que corre hacia su libertad.
Foma detuvo el carromato y observó.
El frágil huevo estuvo a punto de chocar con una piedra pero una gran hoja silvestre le sirvió de trampolín y saltó el obstáculo. Luego el desnivel del camino hizo que el huevo rodante desviará su rumbo y así se evitó que chocara contra un tronco. Una zorra que lo descubrió, trató de detener su carrera, pero sus garras fueron incapaces de asirlo. Sin embargo, al ser tocado por la suave superficie de la planta de una de las patas del animal, se desvió otra vez la trayectoria del huevo, de tal modo que, en lugar de estrellarse contra el arco que formaba una gruesa raíz, pasó sin peligro debajo de ella, y, finalmente, el huevo cayó intacto en el blando colchón de hierba acuática que flotaba en la orilla del río.
Foma y el pope, que habían estado observando incrédulos la trayectoria del huevo, se miraron uno al otro, pasmados.
—¡Ese huevo éramos tú y yo! —dijo el religioso.
Foma se había quedado mudo de la impresión.
—Somos tan frágiles en lo físico y también en nuestra alma. Somos sólo suave piel y quebradizos huesos metidos en una bolsa de agua. Eso es nuestro cuerpo. Y nuestra mente también es delicada y proclive a dejarse llevar por ideas destructivas; y nuestra alma tan inconsistente, tentada siempre por el mal… ¡Ah, Foma, vamos por la vida librando peligros gracias a que alguien desde lo alto nos protege! Por cierto, tengo dos cosas que confesarte —el hombre carraspeó y respiró profundamente; tardó casi un minuto en decidirse a decir esto, sin atreverse a encarar a Foma—: Sí, mi buen granjero, pensaba quedarme con la botella de vodka y hacerte creer que la había dejado en el bosque… —Foma no podía creer aquello—. ¿Ves?, hasta la mente de un hombre de religión hace jugarretas. No sabía exactamente qué uso darle, pero me ganó la codicia; a todos nos gusta obtener algo completamente gratis. Por otra parte, tú vienes a la aldea cada cierto tiempo, y por ello no te has enterado de que en este tramo del camino desde hace días ha habido al menos un muerto a diario, víctima de una horda que ha venido de otras tierras y está asolando la región. Yo por lo común hago el recorrido a pie, pero hoy tuve miedo de hacer el viaje sólo, así que estuve al lado del camino esperando que pasara alguna carreta, de preferencia con alguien que ignorara el peligro. ¿Te das cuenta? Si entonces te hubiera informado de los maleantes, es posible que hubieras dado vuelta para regresar a casa y yo habría tenido que esperar a otro o hacer el viaje solo. En cualquier caso, quizá no habría podido llegar a la iglesia a tiempo. Y si hubiera venido solo, quizá el miedo me habría aterido el corazón.
—¿Cómo es que no lo vi a usted, padrecito, desde lejos?
—Estaba bajo la sombra del único árbol frondoso en esa zona; los demás se han secado por la falta de lluvias de esta estación. Por cierto, después de detenerte no podías haberme visto, tan ocupado como estabas.
Foma pensó avergonzado en que había evacuado el estómago teniendo como testigo a aquel santo hombre. Buscó a tientas su viejo pañuelo para limpiar cualquier residuo de comida que quedara en sus labios.
—Pero, anda, ve por ese huevo.
Foma pronto estuvo a la orilla del río y al meter las manos en el agua creyó percibir el aroma a flores silvestres que siempre emanaba del cabello de Darinka. Y más aún, creyó ver sus bellos ojos bajo las aguas.
Tomó con mucho cuidado el huevo y lo puso junto a sus iguales.
Minutos después ya tenían a la vista la aldea.
Al detenerse frente a la iglesia, Foma dijo con voz temblorosa.
—Tengo aún un par de dudas, padrecito.
—Te escucho, viejo amigo.
—¿Por qué a mi nietecita, tan frágil, a mi amada Darinka…? —el granjero no pudo continuar porque se le cerró la garganta.
—Sí, lo que quieres saber es por qué a ella Dios no la cuidó aquella mañana… —el pope se quedó callado un buen rato—. ¡Vaya! —dijo al fin con un rostro perplejo—, sí que es difícil responder a eso. Pero es como que… —no sabía aún que iba a decir, pero poco a poco su mente se fue iluminando—: ¡Pero si bien sabes que tú tenías la maldita responsabilidad de cuidarla! Tengo entendido que sus padres te la encargaron un día antes porque ella no quiso volver a casa, ya que le aseguraste que por la mañana, muy temprano, tu yegua pariría, y ella no se quería perder el acontecimiento —Foma tragó mucha saliva y trató de hablar, pero en lugar de eso hizo una serie de pucheros, algunos tan graciosos que el pope estuvo a punto de soltar la carcajada—: Pero quiero insistir en esto: somos muy frágiles y algún día vamos a… quebrarnos, sin importar cuánto nos cuide Dios; Él no nos hizo eternos, y, como la Biblia lo dice claramente, la muerte llega como salteador nocturno, sin avisar, tanto a los malvados como a los justos. ¿Crees tú acaso que los asaltantes de la ruta que acabamos de recorrer les preguntan a sus víctimas, antes de apuñalarlas, si han llevado una vida de pecado o de santidad, y que perdonan a los que aseguran haber sido buenos? En estos días han muerto el viejo Kósimo, que prestaba a los pobres al cincuenta por ciento de intereses, y la dulce anciana Betushka, que vivía de ayudar al prójimo y que por ello a veces se quedaba sin qué comer, y… En fin. Espero que hayas entendido. La muerte ha de llegar a todos los frágiles seres vivos, pero sobre todo atiende a esto: a veces, por irresponsables e imprudentes, tú me entiendes, ¿eh?, aceleramos la llegada de la muerte, tanto de la propia como la de las criaturitas que están a nuestro cuidado. Y ¿cómo aceleras tú tu muerte? ¡Pues cociendo tus intestinos con alcohol! Ahora tengo que irme, se me hace tarde para oficiar la misa. ¿Vendrás a la de la tarde?
—No sé, padre.
—¿Cómo de que no lo sabes?
—El ir a rezar para tratar de ser bueno no me asegurará… Usted sabe, moriré de todos modos. Quizá hoy al volver a casa, en el camino, me apuñalen para quitarme la ganancia que obtendré en el mercado.
—¿Así que crees que con sólo asistir a la misa ya eres bueno? Si ni siquiera has podido pedirle a Dios, de todo corazón, que te arranque tu terrible afición por la bebida. Si lo pidieras en serio, hace mucho que habría dejado de ser un problema para ti. ¡Eres un egoísta de la peor clase! Sólo piensas en ti y nada puede conmoverte. ¡Ni siquiera si Cristo mismo se te apareciera, dejarías la bebida! Eres un caso perdido sólo si tú quieres. Sólo se salva quien quiere salvarse. ¡Dios ha puesto todo a tu alcance para salvarte! Ahora sólo se trata de que estires la mano y tomes la ayuda que él te ofrece.
—Sí, padre —dijo Foma simplemente; de hecho, había dicho esas dos palabras de modo casi inaudible en varias ocasiones durante la regañiza del pope.
—Por cierto, durante todo el camino, con tanta charla aleccionadora, no te ha torturado tu deseo obsesivo por el alcohol. ¿No te parece que eso es un gran progreso?
El granjero no se atrevió a ver a su interlocutor; seguía con la cabeza gacha y asintió son ligeros movimientos a modo de respuesta.
Se disponía luego a agitar las riendas sobre el lomo de su yegua para dirigirse al mercado cuando el sacerdote lo contuvo:
—Pero decías que tenías dos dudas aún. Creo haber respondido lo mejor que he podido a la primera. Ahora, ¿cuál es la segunda?
Los ojos de Foma se pusieron lacrimosos y, tragando saliva, pugnaba por decidirse a hablar; al fin, luego de pedirle ayuda a Dios para hacerlo, dijo con una voz sumamente ronca:
—¿Piensa usted…, padrecito, quedarse con la botella…?