Combustión

La combustión espontánea

Hagámosle honor a la máxima del poeta latino Horacio: Carpe diem: “corta la flor del día”; “aprovecha el día al máximo”, pues nunca se sabe…

Imagínese usted sentado en el baño, leyendo las notas del día, y de pronto verse convertido en una antorcha humana.

La combustión espontánea es uno de los temas que rehúye la ciencia, al igual que el estudio de la energía que se genera en el juego de la ouija (de la que hablé en una anterior entrada). En ambos casos los científicos se encuentran con un problema mayúsculo: los fenómenos que serían objetos de estudio no se pueden reproducir en el laboratorio.

Al parecer muchos de los casos en que una persona se incendia sin que haya una fuente externa se han dado en la soledad más absoluta. Y es habitual que de las víctimas queden sólo las extremidades sin consumir; a veces sólo una pierna o un pie. El resto del cuerpo se ha reducido a cenizas y las cosas de alrededor, por más inflamables que sean, quedan intactas. Si el piso es inflamable, sólo se consume la parte que soportaba a la víctima.

Dado que no ha habido testigos del fenómeno que nos ocupa (me refiero al proceso completo, pues hay quienes afirman haber visto el comienzo del fuego y haber contribuido a apagarlo), se ha querido clasificar a la combustión espontánea como un mito y se buscan las causas de las llamas en hechos que pueden entrar en el terreno de lo lógico. Así los científicos se esfuerzan por hacernos creer que ya todo en este mundo está ordenado, clasificado y explicado, y que no hay lugar para lo paranormal o extraordinario.

En el siglo dieciocho en Europa se decía que los casos de incineración súbita se debían al consumo del alcohol, y resulta evidente que las autoridades deseaban con esto lograr que disminuyera el alcoholismo. En realidad esa teoría no espantó gran cosa a los bebedores habituales y, por supuesto, no hizo mella alguna en quienes bebían por enfermedad, es decir, que sufrían la obsesión y compulsión por el alcohol.

No fue sino hasta el siglo diecinueve que apareció un tratado sobre el fenómeno: The Philosophical Transactions of the Royal Society of London, from Their Commencement in 1665 to the Year 1800 (Las actas filosóficas de la Real Sociedad de Londres, desde su inicio en 1665 hasta el año 1800), de Paul Rolli, donde se mencionaba que el alcohol se combinaba con procesos estomacales y diferentes sustancias orgánicas para hacer que el cuerpo se prendiera en llamas.

Pero quedaba sin explicación por qué sólo el cuerpo se incineraba hasta quedar reducido a cenizas, mientras los objetos cercanos y algunas extremidades quedaban intactos.

La ciencia expuso ya en el siglo veinte la teoría del efecto mecha: dado que el cuerpo humano tiene grasa (y muchas de las víctimas tenían bastante, pues padecían de obesidad), si está cubierto de una tela sintética puede incinerarse fácilmente en contacto con una fuente de calor externa. La grasa corporal hace que la ropa arda mejor y por más tiempo. Los defensores de esta teoría suponen que la fuente del fuego, por ejemplo, un cigarrillo, desaparece junto con las avivadas llamas.

El que los huesos se pulvericen se trata de explicar por la edad de las víctimas, generalmente ancianos con problemas de osteoporosis. Los huesos porosos, dicen los expertos, se destruyen más con el fuego que los huesos sanos.

Todo lo anterior de parte de los científicos suena a tomadura de pelo, ya que lo fundamental sigue sin respuesta.

Empecemos por el final: los huesos porosos resultan más dañados por el fuego, en efecto, pero no hay evidencia de que todas las víctimas padecieran de osteoporosis ni se ha establecido cuánto tiempo se requiere a fuego alto para que inclusos esos huesos dañados queden pulverizados. Ni siquiera en los crematorios, tras más de dos horas de incineración a mil grados centígrados, se consigue convertir en polvo los huesos, por lo cual éstos deben meterse a un aparato que los tritura.

Otra cosa que la ciencia no explica es que el fuego se apague solo, sin haber dañado los alrededores de la víctima.

Nos quedan otras causas por considerar:

Bolas de fuego, originadas en tormentas eléctricas, las cuales dejan inconsciente a la víctima, que por ello no puede actuar contra las llamas.

La hipotética partícula subatómica denominada pyroton podría iniciar una fusión interna similar a la que se requiere para provocar las explosiones atómicas.

En un ambiente seco y frío la electricidad estática del cuerpo puede reaccionar con objetos como alfombras y darse una descarga que inicie el fuego.

Se han registrado poco más de 200 casos de combustión espontánea. El primero es de 1725. Se dijo que la víctima, Nicolle Millet, había sido encontrada incinerada sobre una silla, pero se hallaron pruebas de que su marido había quemado los restos en la cocina.

Uno de los últimos casos de que se tiene noticia es del 2014, cuando en Canadá un residente de Edmonton llamó a las autoridades una mañana para decirles que había despertado prendido en llamas.  

Nos hallamos entonces ante un misterio sin resolver. Pero, estimado lector, recuerde no fumar en la cama, llevarse bien con su pareja y cubrirse bien durante una tormenta eléctrica. Aunque nunca se sabe… Nos sigue rondando en la cabeza esa partícula asesina llamada pyroton, idea surgida en 1995 de la mente del investigador Larry Arnold. Lo cierto es que hay demasiadas muertes cuyas causas son desconocidas (pueden preguntarle a cualquier médico). Así que igualmente los invito a hacerle honor a la máxima del poeta latino Horacio: Carpe diem, que quiere decir: “corta la flor del día” o “aprovecha el día al máximo”.

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