Leona Vicario, una vida de novela

Mi biografía sobre una de las heroínas de la Independencia de México ayuda a entender el actual empoderamiento de la mujer en nuestro país. Este libro se podrá descargar gratuitamente hoy y mañana domingo 15 de mayo.

Leona Vicario se casó con Andrés Quintana Roo, otro importante personaje de nuestra Independencia, en cuyo honor se nombró uno de los estados de la república mexicana, y el nombre de ella está inscrito con letras de oro en el Muro de Honor del Palacio Legislativo de San Lázaro y en la sede del Congreso de Quintana Roo. Fue la primera periodista de México y la única mujer a la que se le han hecho funerales de Estado. Esta heroína liberal nació en 1789, un año significativo, pues es el mismo de la Revolución Francesa. Desde muy niña, leía libros de artes, leyes y ciencias, y en la adolescencia se volvió aficionada a las novelas de aventuras. De hecho, su misma vida se convirtió en una serie de andanzas ahora dignas de una película.

A continuación les comparto unos de los capítulos más interesantes e intensos de mi libro sobre este gran personaje femenino de nuestra historia patria.

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Un rescate de novela

Mientras Leona Vicario era interrogada por Berazueta, Andrés Quintana Roo entró en pláticas con don Miguel Gallardo, quien dirigía la fabricación de fusiles, culebrinas y cañones en el Campo del Gallo, en Tlalpujahua, para ver la manera de rescatarla de su encierro en el Colegio de Belem de las Mochas. Y para cumplir esa tarea, Gallardo comisionó a los coroneles José Luis Rodríguez Alconedo, Francisco Arroyave y Antonio Vázquez Aldana, así que, sin perder tiempo, éstos emprendieron la marcha con rumbo a la Ciudad de México acompañados de una veintena de sus hombres.

El coronel Rodríguez Alconedo, quien dirigiría el rescate, había estudiado la carrera militar desde los quince años y estuvo a las órdenes de don Ignacio Allende; cabe destacar que había sido miembro del Regimiento Especial de los Dragones de la Reina antes de sumarse a las fuerzas rebeldes. Además, adquiriría celebridad como pintor y orfebre; ejerciendo este último oficio, acuñó monedas insurgentes con el águila y la serpiente y ayudó a dirigir la fabricación de armas en la maestranza se Tlalpujahua.

Desde el 20 de abril de 1813, los coroneles Rodríguez Alconedo, Arroyabe y Vázquez estudiaron cómo “se entraba para el torno de arriba” del Colegio de Belem y pagaron información que les permitiera formar un plan para realizar el rescate de Leona en el menor tiempo posible.

Finalmente, la noche del 22 de abril, aprovechando la espesa oscuridad debida a las nubes que cubrían el cielo, los coroneles se acercaron al colegio vestidos de civil y de militares realistas (según otras fuentes, algunos iban disfrazados de oficiales de la policía, conocida como la Acordada), acompañados por tres hombres más.

El viento agitaba sus capas y una ligera llovizna les humedecía los rostros. Eran alrededor de las doce cuando detuvieron sus caballos en el costado norte del convento, junto a los arcos de la cañería, es decir, cerca del acueducto de Chapultepec, por donde entonces estaba un potrero conocido como de la “Zanja Cuadrada”.

Junto a las rejas del convento se quedó uno de los coroneles, en tanto Rodríguez Alconedo se acercó junto con el otro a la puerta y tocó. Casi de inmediato se asomaron dos monjas, quienes al ver las pistolas que portaban los insurgentes, abrieron aprisa.

Ya adentro, Rodríguez Alconedo dejó a su compañero al cuidado de las mujeres y se dirigió hacia la celda de Leona con el arma lista para disparar, pues era posible que Berazueta hubiera puesto una guardia en el lugar, pero afortunadamente no fue así.

Leona se sintió dichosa al saber que Andrés Quintana Roo lo había planeado todo, se soltó a reír de gusto y se despidió con mucho afecto de las hermanas Salvatierra y de la espantada madre prepósita del Colegio. Dada la nula resistencia hallada por los invasores, apenas duró dos minutos la acción de rescate.

Los fugitivos se dirigieron hacia un barrio conocido como de Los Ángeles, por los rumbos de Tlatelolco, donde Leona se mantuvo oculta en un almacén de granos propiedad de don Pedro Sarmiento, afecto a la causa insurgente y viejo conocido de Miguel Gallardo. Luego, mientras era buscada por toda la ciudad, tanto por los miembros de la Junta de Seguridad y Buen Gobierno como por los inquisidores y gente interesada en cobrar la recompensa que se ofreció por su captura, Leona tuvo la osadía de entrar en la casa de don Agustín Pomposo, donde pudo mantenerse escondida en las habitaciones de la servidumbre durante dos días sin que su tío se enterara, debido a que se hallaba profundamente deprimido por la muerte de su hijo Manuel. Esta hazaña de Leona es sólo comparable a la que poco después realizaría Guadalupe Victoria, al ocultarse en el lugar más vigilado por los realistas en Veracruz: la hacienda Paso de Ovejas, propiedad de un comerciante español llamado Francisco de Arrillaga.

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