El amarillo, el color de la abundancia, debería ocupar un lugar de honor en nuestro hogar.
Se considera al amarillo un color desafiante, pues además de significar abundancia, nos recuerda la grandeza del resplandor del oro y el destello de la luz solar, por lo que hay que saber darle un lugar de honor en nuestro entorno familiar, combinándolo de modo que no pierda su realeza, y ello se logra definitivamente sobre un fondo blanco con detalles en negro, como los marcos de cuadros o los filos o líneas de muebles.
O bien, los objetos decorativos de una tonalidad amarilla (el registro de tonos de este color llega a cien) pueden destacarse de manera fabulosa sobre un tono gris, con el mismo impacto que nos causa, por ejemplo, la visión de una colina en otoño sobre la que da directamente la luz solar sobre el fondo de un cielo cubierto de nubes de tormenta.
En definitiva, el equilibrio es una palabra clave al tratarse del uso decorativo o artístico del amarillo. Trabajarlo en conjunto con tonos del marrón también da buenos resultados. Se le relaciona además con el verde, color que significa vida, juventud, vigor, y en cuya composición participa el amarillo junto con el azul, que inmediatamente nos remite al cielo y/o al mar. Y por ser el naranja una combinación de amarillo y rojo, este último color, aunque resulte difícil de creer, se lleva bien con el que es tema de este artículo.
Para la iluminación de nuestros hogares generalmente se nos da a elegir entre los dos colores de la luz del día: el blanco (el alba) o el amarillo (desde los resplandores de la aurora). Y si se desea llenar de vitalidad una habitación (en lugar de bañarla de tranquilidad con la luz blanca) se preferirá el segundo.
El éxito del amarillo no fue fácil de alcanzar
El subtítulo que encabeza este apartado se comprende si atendemos al hecho de que los psicólogos consideran al amarillo un color lleno de contrastes y, por ello, sujeto a múltiples interpretaciones: se relaciona con nuestra autoestima y al mismo tiempo con los celos, el orgullo y el peligro. Pero he aquí esta buena noticia: en la antigua Roma (de cuya lengua, el latín, nace el español), entre las palabras para designar este color estaban flavus, que se refería al destello del oro, y galvinus (de donde procede el francés jaune), que designaba el amarillo de algunos frutos cuando han madurado.
Y no es de extrañar que este color haya gozado de su encumbramiento en el arte gracias a la grandeza de Van Gogh –Los girasoles–, Amedeo Modigliani –Madame Modot– y Tamara de Lempicka –Woman in a Yellow Dress–, entre otros. Además, el tono se ha puesto de moda por la reciente lucha contra los estereotipos de género, que dictaban que el rosa era para las niñas y el azul para los niños. Este mes, el artista destacado es el parisino Olivier Anicet, quien da muestras de su seguridad en el empleo del amarillo en sus cuadros, entre ellos Le boulevard est plein, Doux revel y Un nauge passe, donde demuestra y comunica su fascinación por los resplandores de ese color. Además, en su cuadro Catedral Guadalajara, el artista logra un perfecto matrimonio entre el verde y el amarillo. Sus viajes le han llevado a diversas ciudades del mundo donde su percepción del color de la abundancia ha sido una de sus principales experiencias como artista, y ha querido comunicar eso mediante sus obras.